LA REPÚBLICA DE COSTA RICA

De todas las repúblicas de la América Central, Costa Rica es la única cuyo pueblo se haya mostrado poseído de aquel patriotismo honrado, que es condición necesaria para el mantenimiento de la forma republicana de gobierno. Leal a la Federación de los Estados de la América Central, mientras duró la unión; forzada a salir de ésta por las disputas y guerras surgidas entre los confederados, pero en las cuales día: no tomó partido, Costa Rica fué la primera en llegar a un arreglo financiero con los acreedores extranjeros de la Confederación y en pagar su cuota en la deuda de las repúblicas anidas. Su conducta posterior ha estado en armonía con los buenos auspicios de los comienzos. Sin disturbios políticos de importancia, de esos que continuamente interrumpen y destruyen el desarrollo de sus vecinas, más grandes y más ambiciosas, Costa Rica ha proseguido, sin desviarse, en su camino de progreso político, social e industrial, lo que le ha valido, entre sus repúblicas hermanas, el apelativo, que no es para ofenderse, de Chile de la América del Centro. Por su gobierno bien establecido; por su tesorería nacional, hábilmente organizada y de cuya excelente administración da testimonio inequívoco la regularidad de un superávit anual; por su tarifa de aduana, cuya liberalidad podría avergonzar a naciones más viejas y ricas; por su libertad de cultos y admirable sistema de escuelas públicas; por su moneda nacional, que es sana y conveniente; por su población, que es pacífica, industriosa e inteligente, esta pequeña república, que apenas cuenta ciento cincuenta mi( habitantes, merece la consideración respetuosa del pueblo de Estados Unidos. Este pequeño Estado, que ha sabido mantener su independencia, con solo una milicia nacional, contra los esfuerzos de países vecinos, más grandes y más poblados; un Estado, sin un peso de deuda en el interior o afuera; un Estado que, salido apenas de una larga guerra de independencia, puede cuadruplicar sus exportaciones e importaciones, en

(*) Después de escrito lo anterior, ha llegado la noticia aquí de que el Gobierno de Costa Rica ha protestado contra todo intento de cerrar. el Colorado. La naturaleza también ha hecho sentir su protesta enérgica. La pesa levantada por la Compañía, para cerrar uno de los-brazos pequeños del río, ya no existe; se la llevaron las aguas. años que puede, y lo hace, dedicar cada año, del excedente de sus rentas, cincuenta mil pesos, al mantenimiento de sus escuelas y de una universidad, y doscientos mil pesos, para la construcción de caminos y puentes,-por todo su territorio; tal Estado presenta una pintura muy diferente de aquella que surge, con toda razón, ante nuestra vista, siempre que pensamos en una república de la América Central.
Con todo, tal es Costa Rica. Su rápido progreso se debe, en gran parte, a las naturales ventajas de su clima y suelo. Aunque situada en el propio corazón de los trópicos, entre los paralelos octavo y undécimo de latitud norte, contigua a Nueva Granada, por el sur, y a Nicaragua, por el norte, el clima de Costa Rica es, principalmente, el de las zonas templadas. Desde el Atlántico y en una corta distancia tierra adentro, el clima es tropical; pero a la parte del Pacífico, aun cerca t de la costa, el termómetro rara vez sube arriba de 80°, Fahrenheit, y en la parte más importante, en las tierras del interior, se goza de un clima netamente templado. La temperatura media de la capital, San José, durante el año de 1863, fué de 68%°, Fahrenheit; la mínima, ese año, 570, el nueve de enero; y la más alta 880, el día 14 de mayo. La faja estrecha de tierra baja, cerca de la costa del Atlántico, que todavía no ha entrado en cultivo, está más o menos sujeta a las fiebres miasmáticas comunes a todas las regiones tropicales, pero no hay suampos de consideración, como en la costa de Aspinwall; el suelo es por dondequiera firme y tiene drenaje natural; de modo que, usando precauciones ordinarias, aun los europeos y la gente blanca del Norte, pueden trabajar allí, aunque, por supuesto, no tan ventajosamente como los naturales de las costas adyacentes. Hacia el interior, desde las primeras alturas, unas pocas millas al oeste del Atlántico, a través de toda la anchura de la República hasta la costa del Pacífico, el país es notablemente sano. Una perpetua primavera, libre de extremos de calor o frío, parece que invita a los delicados de salud, de todos los países, a que lo visiten; y, siendo ello así, se maravillan los costarricenses de que las gentes de Estados Unidos continúen buscando, y buscando en vano, en Niza, Roma y Palermo, un clima que las está esperando, sin que se den cuenta de ello, a sus propias puertas. Fuentes minerales de gran variedad abundan en aquellas regiones volcánicas, aunque no han sido suficientemente examinadas, a fin de determinar sus propiedades curativas. Las bellezas naturales del paisaje no es fácil que sean superadas en otras partes; y ellas solas repararían con usura al viajero su visita a esa privilegiada tierra.

El suelo es por todas partes muy productivo y fácilmente cultivable, siendo como es terreno de mantillo, ligero y desmenuzable, evidentemente de origen volcánico. Desde la línea costanera, por ambos océanos, hasta una elevación de 2,000 a 3,000 pies todas las frutas y los productos tropicales abundan y se cultivan con la mayor facilidad. A una elevación mayor, en los valles, que, a semejanza de terrazas, se desprenden de la masa de la cordillera principal, y que forman las más encantadoras porciones de tan linda región, por dondequiera, la caña de azúcar, las naranjas, el tabaco, cacao, arroz, las papas, el maíz y el trigo, se producen con toda perfección. Allí, también, crece el orgullo de Costa Rica, y su principal artículo de exportación: el café. En Estados Unidos es poco conocido, a consecuencia de la falta, hasta ahora casi absoluta, de comunicación entre los dos países; pero, en los mercados europeos, ocupa hoy día el primer lugar, y no le aventaja, en calidad o precio, ninguno 'de los ,cafés conocidos en el comercio. Las exportaciones de este artículo, cuyo cultivo apenas data de 1830, valen ahora más de dos millones de dólares, oro efectivo; y van aumentando rápidamente. Los otros artículos importantes de exportación son cueros, drogas, conchas de tortuga, madreperlas, palos de tinte, maderas de construcción y ebanistería de varias clases, especialmente de caoba y cedro. Los magníficos bosques que todavía cubren la mayor parte de la República abundan en las más finas maderas, para barcos y otros fines, y proporcionan, sin agotamiento, todas las necesarias para el consumo del país, así como para el de otros Estados de la América del Sur y Central. La cordillera, en toda su extensión, es rica en depósitos minerales; y oro, plata, cobre, zinc, níquel, hierro y plomo han sido descubiertos, en numerosos lugares, aunque poco se ha hecho para explotar los hallazgos. El espíritu de firme industria y devoción a las tareas agrícolas, que caracteriza al pueblo de Costa Rica, ha tendido a impedir o retardar el desarrollo de la riqueza mineral del país; y aun aquellas maravillosas minas de oro, que hicieron que los españoles llamaran el país Costa Rica, no se trabajan; se han perdido de vista; -ni siquiera se sabe dónde se hallaban.

El que mire el mapa de Costa Rica, notará que la cordillera atraviesa todo su territorio en una dirección de noroeste a sudeste, en una línea casi paralela a sus costas. La línea, sin embargo, está rota, en el paralelo décimo de latitud, por tres volcanes,-Turrialba, Irazú y Barba,-que parece que, hubieran torcido el curso de la sierra, echándola directamente hacia el este, y dejando una planicie, extendida y ancha, de una altitud considerablemente más baja que las montañas que la rodean. En esta cortadura de la cadena de montañas tienen su nacimiento dos ríos, separados por una ringlera de cerros, cuya altura no es mayor de cien pies. El Reventazón corre, hacia el este, a perderse en el Atlántico; y el Río Grande va por el oeste, al Pacífico. Ninguno de esos ríos e§ navegable en extensión apreciable; pero a lo largo de su curso se suceden los fértiles valles de las montañas, que forman la riqueza de la República, y que, abarcando una faja de territorio, que corre de este a oeste, del Atlántico al Pacífico, y de una anchura, de norte a sur, de veinte millas, próximamente, contienen las nueve décimas partes de las ciudades y pueblos que forman la población de esa pequeña y floreciente comunidad. A través de tal estrecho territorio fluye la corriente del tráfico que pone a los costarricenses en relación con el mundo exterior, desde Cartago y San José, las dos ciudades, más grandes, hasta Puntarenas, el puerto en el Pacífico. El creciente tráfico da la República, consecuencia del aumento de la riqueza y progreso del espíritu público, ha sido causa de que esa vía, primitivamente una simple senda de mulas, se haya convertido en una carretera sólida, macadamizada, con numerosos y hermosos puentes de piedra cortada, y transitable, con las más pesadas cargas de mercaderías y maquinarias, en todas las estaciones del año. Los vehículos de carga recorren la distancia entre San José y Puntarenas, unas sesenta millas, en dos días. Esta carretera es mantenida constantemente en buen estado, por el Gobierno, ayudado por un ingeniero civil, alemán, quien está encargado 'de todas las obras públicas del Estado, para las cuales se le asignan, de los fondos públicos, $ 200,000, anualmente. Hasta la época en que el cultivo de café comenzó a ser de importancia y ese fruto vino a ser el principal artículo de exportación, todo el tráfico, de exportación como de importación, se dirigió hacia el Atlántico. Pero, como el café se cultivó primeramente más cerca del Pacifico y como el costo del transporte al Atlántico, usando los medios de acarreo entonces disponibles, habría sido excesivo, la corriente del comercio pronto se cambió, por entero, al cauce del Pacífico, y gradualmente se fué descuidando el camino al Atlántico, hasta que al fin se abandonó.

Sin embargo, desde que la nueva carretera al Pacífico demostró la gran disminución que se podía conseguir en los fletes interiores, con buen camino, los costarricenses fijaron su atención en las dilaciones innecesarias y gastos incurridos al mandar todos sus productos de exportación, por la vía de Puntarenas, lo mismo que al traer, por allí, todas las importaciones. Ese modo dé enviar los productos, significaba, primero, el embarque para Panamá; luego, la transferencia al ferrocarril para Aspinwall, a menudo acompañada de un segundo embarque; y, por último, un tercer cambio, el necesario para poner la mercadería a bordo del barco que había de conducirla a su final destino. Por todo ello, determinó el Gobierno, desde hace algunos años, adoptar de nuevo el antiguo modo de viajar, y, al efecto, continuar la carretera desde Cartago, por la senda de mulas que lleva al Atlántico, y que años atrás se había abandonado. Dispuso, asimismo, establecer un puerto comercial en el viejo puerto de Limón, en aquella costa; y así poner el comercio `de su pueblo en más directa y económica comunicación con el gran tráfico del mundo. La carretera ha venido progresando, por varios años. Veinte millas es cuanto falta para verla concluida. Cuando lo esté, Costa Rica tendrá una cosa de que ninguna otra nación podrá ufanarse: una línea de carretera, casi derecha, desde el Atlántico hasta el Pacífico, que podrá' ser recorrida, a caballo o en un vehículo ligero, en dos días; y con vagones pesados o mulas de carga, en seis días; y' la cual :habrá sido construida por este pueblo pequeño y emprendedor, para su propio tráfico, a sus propias expensas y sin ayuda de un solo dólar de capital extranjero. Mientras tanto, los trabajos han comenzado también en el puerto de Limón, elegido como punto terminal del camino en el Atlántico. El desmonte y la limpia del sitio de la nueva población, la siembra de maíz, la erección de edificios, y los preparativos, de todo género, para que renazca el vivaz tráfico de antaño, van progresando tan rápidamente como lo permiten los limitados medios de la pequeña república. De una carretera que conecte los océanos Atlántico y Pacífico, para carretas de Bueyes y carretones de mulas, a un ferrocarril, con sus locomotoras y trenes de carga y carros de pasajeros, no hay sino un paso; y este paso, los costarricenses, también han resuelto darlo. Sin embargo, obra de tal magnitud está, por supuesto, fuera de sus posibilidades, si no se les ayuda. La obra es al mismo tiempo de tal importancia para el comercio del mundo entero, y queda tan en la sombra cualquiera ventaja local de Costa Rica, que no tienen ellos la menor hesitación al pedir la ayuda de las naciones más interesadas en que se lleve a cabo la empresa, y más capaces de darle feliz remate, por poseer el capital y los medios mecánicos que se necesitan.

Con el buen juicio que caracteriza a los costarricenses en todo aquello que acometen, no han seguido el ejemplo de las repúblicas, sus hermanas, que han vendido las concesiones ferroviarias a especuladores aventureros, sino que han comisionado a su propio ingeniero en jefe, por largo tiempo el director de todas sus obras públicas y que está familiarizado con cada pulgada del terreno que ha de atravesarse, para que venga a Nueva York con el propósito de que entre en los arreglos necesarios que conduzcan a la pronta construcción de un ferrocarril que cruce su territorio.

La localización que se propone de la vía está tan claramente indicada por la naturaleza misma, que el ingeniero está exento de la tarea de elegir. Esa localización es la de la carretera macadamizada de hoy, con las pequeñas desviaciones que impongan las exigencias del arte de construir ferrocarriles, especialmente aquellas que se refieren a la fijación de las gradientes que convienen. La carretera existente corre, desde Limón, en dirección oeste, y, cerca de la costa, va por un terreno llano, hasta el pie de las montañas; allí cambia su curso, que se inclina entonces un poco hacia el norte, contorneando las diferentes faldas de las cordilleras, y mientras tanto va sabiendo gradualmente hasta que cruza los ríos Zent, Chirripó y Barbilla; tuerce luego hacia el oeste, otra vez, y cruza los ríos Pacuare y Siquirres; gradualmente se encamina hacia el valle de Reventazón, y se arrastra por una de las riberas, en rumbo sur, hasta las fértiles mesetas de Cartago; salva en seguida las alturas de Ochomogo para alcanzar, primero, las llanuras de San José, después, el valle del Río Grande, y por fin llegar, en un descenso semejante al de las aguas del río, hasta la costa del Pacífico, en Caldera o Herradura. En varios trechos la carretera, milla tras milla, puede ser usada sin nueva nivelación. Tiene buen balasto y sesenta pies de anchura, y fácilmente se le pueden tomar diez o doce pies para los carros sin perjudicar su tráfico, en lo más mínimo. Una descripción más detallada de los puertos y de la vía, así como del terreno por donde va, pondrá más de manifiesto cuáles son las ventajas y cuáles los obstáculos que ella presenta desde el punto de vista de un ferrocarril interoceánico.
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