PRESENTACIÓN
La Ruta Ferroviaria Interoceánica
a través de la República de Costa Rica


El día 7 de diciembre de 1890 fue inaugurada la línea férrea que corría directamente entre San José y Puerto Limón. Lo hizo el empresario Mr. Minor C. Keith (1848-1929), al cruzar montado en la trompa de la locomotora, y con la bandera de los Estados Unidos, el puente sobre el río Birrís. Se temía que el peso del ferrocarril sería demasiado peso para el puente, y nadie se atrevía en consecuencia a cruzarlo; Keith, con plena confianza en la obra realizada por sus ingenieros, lo hizo sin temor alguno. El episodio fue inmortalizado por el pintor panameño don Wenceslao de la Guardia, en un óleo de grandes dimensiones que por largos anos estuvo colocado en la Aduana Principal de San José, donde el deterioro y el poco interés que pusieron las autoridades por su preservación, hizo que se perdiera para siempre. Solo ha quedado un viejo clisé no muy bueno, que ilustra acerca de la obra pictórica hoy perdida.

La Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas, ha querido recordar esta efemérides, reeditando el folleto del Director de Obras Públicas don Francisco Kurtze (fallecido en 1868) y que se titula en inglés The Interoceanic Railroad Route through the Republic of Costa Rica, John A. Gray Green Printers, New York, 29 páginas, 1866. Dicho folleto fue traducido y publicado en 1928 por el ex Presidente de la República Lic. don Ricardo Jiménez Oreamuno. El objetivo de dicho folleto, fue promover la construcción del primer ferrocarril interoceánico en el país, acto que se realizó durante la segunda administración del Dr. José María Castro Madriz. Las circunstancias del momento, no resultaron, propicias Ad los empresarios, de modo que la idea se resucitó en 1871, cuando se inició la apertura de Puerto Limón y se construyó allí el 15 de noviembre de dicho año, la primer bodega. Esta fecha, debe tenerse como la del nacimiento auténtico de Puerto Limón, pues varios decretos anteriores, no tuvieron más validez que la que puede contener un papel.

La Comisión Nacional de Conmemoraciones Históricas ha querido de este modo rendir un sencillo homenaje a todos cuantos pusieron algo de su esfuerzo por hacer realidad la obra del ferrocarril interoceánico, que no se hizo realidad sino hasta el año de 1910, en que fue posible cruzar desde Puntarenas hasta Puerto Limón, nuestro territorio, por dicha ferrovía. Por lo mismo, nos ha parecido bastante oportuno reproducir, a modo de introito, el editorial de "La Gaceta Oficial" de diciembre de 1890, que hace una semblanza acertada del significado de esta obra.

COMISIÓN NACIONAL DE CONMEMORACIONES HISTÓRICAS

Ricardo J. Méndez, Presidente.

EL GRAN DÍA

Los grandes acontecimientos políticos, de esos que cambian la faz de los pueblos, tienen sus fechas gloriosas, pero casi siempre escritas con lágrimas y sangre de vencedores y vencidos; por eso de más alta significación, de más alto y perdurable renombre, son las grandes conquistas económicas, de esas que fuera del capricho voluntarioso de los partidos militantes se incrustan en valles y montañas y llevando su influencia benefactora a todas partes, arrancan de todos los pechos exclamaciones de entusiasmo, inspiradas por el engrandecimiento de la Patria.

El 7 de diciembre de 1890 marca para Costa Rica un triunfo decisivo en el campo de sus progresos económicos.

La locomotora, merced a titánico trabajo, parte de las playas del Atlántico; los pantanos ceden el paso, las montañas se inclinan y su silbido anuncia el progreso en la capital de la República.
Una vía al Atlántico: he aquí el más vehemente anhelo del patriotismo costarricense. A la realización de ese ideal consagraron sus esfuerzos Braulio Carrillo, Francisco María Oreamuno, Jesús Jiménez, Tomás Guardia, Próspero Fernández, Bernardo Soto, como Jefes de la Primera Magistratura del país. La pequeñez de éste, sus brusquedades topográficas, los fracasos de las primeras tentativas, las grandes desconfianzas en el exterior, oposiciones políticas y a veces general desconocimiento en el crédito del país, presentaban esa obra gigantesca como un delirio de optimismo, ya que no como una especulación de mala ley.

El genio, la perseverancia, la indomable energía de un hombre, vence todos los obstáculos, y hoy aquel sublime anhelo es una bienhechora realidad; el Ferrocarril al Atlántico es un hecho y Mr. Minor C. Keith es el agente poderoso de esa obra de redención.

Las ovaciones de que este infatigable obrero de nuestro progreso fue objeto e17 [sic] del corriente, de parte de la sociedad, apenas son débil testimonio de los grandes merecimientos a que es acreedor. La patria le debe inmensa gratitud.

(Editorial de "La Gaceta", periódico oficial, de fecha martes 9 de diciembre de 1890, número 287, página 1).

PREFACIO DEL TRADUCTOR

En el año de 1866, don Francisco Kurtze, Director General de Obras Públicas, bajo las administraciones del señor Jiménez, con el propósito de hacer buena atmósfera al proyecto del Gobierno de Costa Rica, de levantar en los Estados Unidos de América capital para la construcción de un ferrocarril de Limón a Caldera, publicó en Nueva York, en lengua inglesa, un folleto titulado >>La Ruta ferroviaria Interoceánica a través de la República de Costa Rica». Los ejemplares del folleto son muy raros. En la Memoria de Obras Públicas, de 1876, el Secretario de Estado, señor Morales, copia un informe del Director General del Ferrocarril, en el cual hay intercalados trozos del folleto, pero sin que allí se advierta que pertenecían a Kurtze. Otra versión castellana no conozco. El trabajo del Comisionado del Gobierno merece ser recordado por quienes lo hayan leído antes, y conocido por quienes lo ignoren, que serán los más. A fin de que los pocos a quienes pueda interesar lo lean en español, ofrezco la presente traducción.

Para encender el apetito de lucro de los capitalistas americanos, relata Kurtze, en la primera parte de su opúsculo, el cuento del Ferrocarril de Panamá-pues cuento parece,-y de sus fabulosos dividendos, de hasta un 60 % al año; y hace relumbrar ante los ojos -de aquéllos la posibilidad de un nuevo ferrocarril de Panamá en Costa Rica. Con todo vigor pone de relieve las desventajas de la ruta panameña y magnifica la superioridad de la vía de Costa Rica, llamada, según él, a arrebatar a la otra la mejor parte de su pingüe tráfico. Pero los esfuerzos de Kurtze fueron vanos: la ruta de Costa Rica ni pudo entonces, que era la ocasión, ser rival de la de Panamá, ni había de serlo nunca. De los trastornos políticos del istmo; de los naufragios del puerto de Colón, de que daban testimonio los despojos numerosos, yacentes en su ribera; de la molestia de no poder desembarcar uno en Panamá sino con marea favorable; del trasbordo inevitable allí; de las demoras forzosas en Colón y Panamá, cuando no llegaba el viajero a tiempo de la oportuna conexión de líneas, lo que era frecuente; de la fiebre amarilla y de las disenterías; de tantas desconveniencias y demoras innecesarias, de que hablaba Kurtze, despejaron el istmo el Presidente Roosevelt, el Coronel Goethals y el doctor Gorgas; y el canal, obra de sus manos y de los millones de la Tesorería de los Estados Unidos, arruinó para siempre las esperanzas concebidas por Kurtze, en favor del tránsito interoceánico al través de Costa Rica. A estas horas, por, consiguiente, la primera parte del folleto de Kurtze no puede tener otro interés fuera del retrospectivo y del que le presta la amenidad del relato.

La segunda parte es un capítulo interesantísimo -de la geografía de Costa Rica, a mediados del siglo XIX, que comprende no sólo descripciones del suelo y sus riquezas, sino también la del estado social del pueblo costarricense. Nada conozco mejor escrito sobre la geografía dé aquella época, entendida la voz geografía en él sentido amplio que le da, digamos, Eliseo Reclús. El retrato muestra a Costa Rica algo mejor de lo que era, así en cuanto a los recursos naturales del país y salubridad de sus climas, como en cuanto al grado de civilización dé los pobladores. Si no, veamos por ejemplo, el siguiente pasaje: «De todas las Repúblicas de la América Central, Costa Rica es la única cuyo pueblo se haya mostrado poseído de aquél patriotismo honrado que es condición necesaria para el mantenimiento de la forma republicana de gobierno. Leal a la Federación de los Estados de la América Central¡ mientras duró la unión: forzada a salir de ésta por las disputas y las guerras surgidas entre los confederados, pero en las cuales no tomó partido, Costa Rica fué la primera en ¡legar a un arreglo financiero con los acreedores extranjeros de la Confederación, y en pagar su cuota en la deuda de las repúblicas unidas. Su conducta posterior ha estado en armonía con los buenos auspicios de los comienzos. Sin disturbios políticos de importancia, de esos que continuamente interrumpen y destruyen el desarrollo de sus vecinas, más grandes y más ambiciosas, Costa Rica ha proseguido, sin desviarse, en su camino de progreso político, social e industrial, lo que le ha valido, entre sus repúblicas hermanas, el apelativo, que no es para ofenderse, de Chile de la América Central. Por su gobierno bien establecido; por su tesorería nacional., hábilmente organizada y de cuya excelente administración da testimonio inequívoco la regularidad de un superávit. anual; por su tarifa de aduana, cuya liberalidad podría avergonzar a naciones más viejas y más ricas; por su libertad de cultos y admirable sistema de escuelas públicas; por su moneda nacional, que es sana y conveniente; por su población, que es pacífica, industriosa e inteligente,-esta pequeña república, que apenas cuenta ciento cincuenta mil habitantes, merece la consideración respetuosa del pueblo de Estados Unidos.

El retrato nos idealiza, a que negarlo; pero, no obstante, guarda gran parecido con el original y está pintado con verdadero amor. Hemos sido bien afortunados con los autores extranjeros que nos han visitado y escrito sobre nuestro país. El retrato de Kurtze hace pendant con el que, cincuenta años más tarde, ha pintado, con mano maestra, y de cuerpo entero, el Conde Maurice de Périgny. La obra del Conde, llena de saber, de encanto y generosa simpatía, se cierra con estas palabras: «Y, por otra parte, los grandes principios que triunfarán en el mundo entero con la victoria de los aliados ¿no asegurarán a las pequeñas nacionalidades el derecho imprescriptible de vivir? Segura de la inviolabilidad de su neutralidad, la República de Costa Rica merecerá completamente su sobrenombre de Suiza americana, a que ya le han dado derecho la belleza de sus paisajes, el espíritu democrático d¿ sus leyes, el carácter pacífico de sus habitantes, la integridad y el liberalismo de sus gobernantes». Antaño nos llamaba Kurtze Chile de la América Central, y ogaño Mr. de Périgny, Suiza americana. ¡Ojalá que esas inmerecidas alabanzas, en las que la lisonja no entró, en vez de ser ocasión de engreirnos fueran acicate para ganarlas justamente!

Pero la tercera parte del folleto es la más interesante y la más valiosa. Corresponde a Kurtze el mérito indiscutible de ser el autor del primer proyecto de nuestro ferrocarril de mar a mar. La idea y el primer estudio científico de la obra le pertenecen; y cuando se escriba la historia de los ferrocarriles de la República, su folleto servirá de piedra angular. No sólo fué el precursor de Latham, González Ramírez y de los otros ingenieros de la primera época de la construcción de la línea, menos conocidos, sino que el trazado suyo, que se verá en el plano topográfico adjuntó a este folleto, es sustancialmente el mismo trazado del actual ferrocarril que corre entre Limón y las cercanías de Caldera. Con toda modestia dice Kurtze que «la localización de la vía está tan claramente indicada por la naturaleza misma que el ingeniero está exento de la tarea de elégir">>. Pero el hecho es que él tuvo buenos ojos para mirar la naturaleza, gran competencia técnica, y buen juicio para discernir y acertar, sin haber podido aprovecharse de tanteos ajenos, que no existían. Desde aquel momento quedábamos a cubierto de que los ingenieros que le siguieran incurriesen en errores fatales.


Así lo parecía; sin embargo, después hubo conatos de traer el ferrocarril por rutas enteramente distintas de las señaladas por Kurtze. Ansart estudió la una, la del Pacífico; y Scherzer la otra, la de Santa Clara. Se quiso venir de Puntarenas por Esparta, como ahora dicen; de Siquirres, por Carrillo; pero, en definitiva, no hubo modo de pasar ni de Esparza ni de Carrillo. El ingeniero Merivale, años después, estudió dos líneas: una que debía pasar por Esparza, San Mateo, San Pablo, Piedras Negras y la Sabana; otra, por Esparza, San Ramón, Naranjo, Grecia y San Antonio de Belén; y Mr. Marbury hizo posteriormente otro trazado, que partía de Alajuela, y que hasta la confluencia del río Jesús María con el Machuca era muy semejante al del actual ferrocarril. Desde allí la línea se apartaba y se dirigía hacia el norte hasta cruzar el río de la Barranca cerca de donde se juntan sus aguas con las del río de Esparza: Todas estas líneas -resultaban inaceptables, o por muy costosas o por ser sus gradientes muy pesadas. A la postre fué forzoso buscar en los valles de Reventazón y el río Grande el rastro de las pisadas de Kurtze. El tiempo justiciero le dió la razón.

La línea de Kurtze iba algún tanto más hacia el sur que la actual. De Limón a Matina venía, más o menos, por el carril de la Northern Railway Company, y evitaba así los pantanos costaneros que atraviesa la línea del Ferrocarril de Costa Rica. De Siquirres para acá tomaba la orilla derecha del Reventazón, en vez de la izquierda por donde ahora ce viene; y el cruce del río no debía hacerse en La junta, sino en Angostura, punto inmejorable para el puente. La línea de Kurtze habría estado a salvo de los deslizamientos de Las Lomas, que tanto han dado que hacer. De Angostura a Cartago, Kurtze venía acercándose lo más posible al nivel de las aguas del Reventazón, y entraba al valle del Guarro por el sur de la ciudad, a unos dos décimos de milla de la presente estación de Cartago, lo que le permitía llegar a Ochomogo por una comba mayor ' que la del Ferrocarril de Costa Rica, y, por lo mismo, con una gradiente mucho menos sensible. A La Unión y Curridabat las dejaba al norte, y entraba a San José por donde está la estación del Pacífico, o tal vez un poco más hacia el sur. Desde San José hasta Santo Domingo de San Mateo se orillaba cuanto podía, y 'más que la presente línea del Ferrocarril, al Pacífico, al Virilla y al Río Grande, consecuente con su propósito lógico de tomar por guía, en una y otra vertiente del país, para atenuar la gradiente, el curso de las aguas, desde que se parten en la altura de Ochomogo. Los puentes de los ríos Torres y Virilla los situaba Kurtze cerca de 'sus desembocaduras en el Tiribí, del mismo modo que hoy sucede; la línea no tocaba en San Antonio de Belén y se dirigía al Río Grande casi derechamente, por un arco más rebajado que el del Ferrocarril por donde hoy vamos; y salvaba el Río Grande a cosa de tres kilómetros más abajo del sitio escogido después por Marbury para cruzarlo, y adoptado luego por González Ramírez. Serpenteaba, en seguida, como la actual, por las faldas de los cerros que van a morir en la orilla derecha del Río Grande, y salía a las llanuras de Santo Domingo, a unas mil quinientas varas al sur de la población; y de allí se endilgaba, casi por derecho, hacia Caldera, pasando el Río Jesús María a menos dé un kilómetro y medio, aguas abajo, de su confluencia con el río Machuca; es decir, a menos de un kilómetro y medio del puente por donde ahora corren los, trenes. No diré que la ruta de hoy esté calcada sobre la de Kurtze; pero sí -que ambas van, desde San José hasta Caldera, apareadas, como las dos orillas de un río. ¿Las modificaciones de los ingenieros posteriores mejoraron todas el trazado Kurtze? El punto no aparece muy claro, y no es de aquellos que se presten a ser decididos cola acierto por un profano. Pero de todas maneras, el hecho definitivo y patente es que el rumbo general de la línea, de mar a mar, fué señalado por Kurtze. El puerto terminal de Limón él lo escogió; y por él quedaron marcados los lugares de los muelles y hasta delineado el actual malecón. Su elección de Caldera no ha sido sancionada aún por los poderes públicos. ¿Lo será en lo futuro? Hace poco se hablaba de ir allá. Nueva prueba de la sagacidad de Kurtze y de los conquistadores españoles. Razones políticas, intereses creados, retardarán o impedirán del todo la apertura de aquel puerto; pero desde el punto de vista científico y racional, el proyecto de Kurtze se mantiene en pie.

En la estimación sobre el costo del ferrocarril, si se le compara con el costo actual, parece que Kurtze se quedó un tanto bajo. No he visto ninguna publicación oficial que contenga el resumen definitivo de lo que haya costado la línea de Limón a Puntarenas; pero pienso que las siguientes cifras no estarán muy lejos de la verdad. Hasta el 30 de abril de 1878 la cuenta del ferrocarril ascendía a $8.643,167, oro antiguo de Costa Rica, y los trenes corrían hasta Pacuare, en la sección del Atlántico. En febrero de 1879 se contrató con Mr. M. C. Keith la construcción del trecho entre Pacuare y Siquirres. por $75,000, pero como el Gobierno debía poner durmientes y rieles, esa parte de línea puede haber costado unos $100,000. Los puentes de hierro de Matina, Pacuare y otros pequeños de aquella-sección no estaban colocados; y es de creerse que todos ellos exigieron un desembolso de unos $200,000. Vino luego la hechura de la línea entre Reventazón y Cartago. Aunque se contrató en $6,000,000, Mr. Keith afirma que fué necesario invertir en la obra la suma de $8,764,421. Valga su palabra. El Ferrocarril al Pacífico consumió $6.787,597 (¢12.285,551). Total: $24.495,185, sin contar lo del ramal de Santa Clara. De la suma dicha hay que eliminar varias partidas. De lo gastado hasta noviembre de 1873 ($5.916.125), lo aprovechado para 1a línea interoceánica fué el valor de las 21 millas y media de Limón a Matina, y 12.8 millas, de Cartago a San José. Habría que rebajar, por lo tanto, 53.017.224, que representan el costo del ferrocarril de San José a Alajuela, y de los trabajos entre Cartago y Turrialba, que después no se utilizaron, y rebajar también, el valor de 42 kilómetros que hay de Caldera a Puntarenas, o sean $2.159.689. Hechas las rebajas, tendríamos de costo del ferrocarril a Caldera, $19.318.272, que, teniendo en cuenta el premio de 12.5 % se reducen a $17.171.797 dollars. Kurtze había dicho $12.000.000. Para ser justos con él hay que tener presente que él hizo los cálculos en 1866 y que después de esa fecha Vos jornales subieron mucho, muy especialmente cuando los trabajos del ferrocarril coincidían con los de la compañía francesa para la apertura del Canal de Panamá. No debe olvidarse, también, que en los primeros tiempos hubo mucho dinero malgastado, por múltiples causas: inexperiencia, error en comenzar los trabajos en Alajuela, lejos del mar y acarreando rieles y locomotoras por Panamá, y otras semejantes. Hechos todos estos cargos y descargos. el saldo que hubiera en contra de los cálculos de Kurtze quedaría siempre dentro de los límites de tolerancia usuales en esta clase de estimaciones previas, relativas a obras que por primera vez se ejecutan en un país. La equivocación de Keith y sus ingenieros no fué menor. Sus previsiones respecto a rendimientos no se realizaron, aunque es verdad que no podían realizarse, por no haberse terminado el ferrocarril transcontinental en la oportunidad señalada por Kurtze. Cuando vino la obra, era tarde. Medio siglo después todavía no llegamos a los $ 5.004,000 oro americano, en que él estimaba las entradas anuales. En 1913, último año normal, el ferrocarril del Rete produjo $ 2.482,160; y el del Occidente; $354.397. Hacen falta, pues, $ 2.167.443. La falta no está en que la haya habido en el volumen de la carga transportada o en el número de los pasajeros; porque Kurtze anticipaba un trasporte de 1.884,000 quintales, y lo hubo, en 1913, de 8.008.370, (Ferrocarril al Pacífico, 1.904.108 y Ferrocarril de Costa Rica, 6.104.262), y un movimiento de 284,000 viajeros, mientras que en el año citado viajaron 203.307 personas en el ferrocarril del Estado y 678.873 en el de b compañía inglesa. La carga ha sido mayor en la proporción de más de 4 a 1; y el número de pasajeros, en la de 3 a 1. La diferencia obedece a que la tarifa de Kurtze sobrepuja en mucho a las de hoy. Tarifas que en aquel tiempo se creyeron benéficas, en éste serían ruinosas para el público.

Los gastos corrientes de administración y mantenimiento de la vía y del material rodante, los presupuso Kurtze en el 60% de las entradas. En 1913, los del Ferrocarril de Costa Rica consumieron el 59%; pero en el Ferrocarril al Pacífico los gastos de explotación fueron por valor de $ 811.255 y las entradas apenas alcanzaron a $ 758.690. Según las cuentas de Kurtze, habría anualmente fondos para pagar $ 2.021,600 de intereses y dividendos; según las del Ferrocarril de Costa Rica, para arrendamiento y ganancia de la compañía arrendataria, hubo $ 1.015.790; y según las del Ferrocarril al Pacífico, no hubo un céntimo para intereses y ni siquiera para completar la suma de los gastos de explotación; y, más o menos, así seguirán los balances de la empresa por muchos años, a no-ser que se mermen los gastos de conservación, más allá de lo necesario.,-i fin de aparentar ganancias, pero eso será posponer gastos y recrecerlos en lo futuro. Eso sí, si se amalgamaran ambas líneas, pagarían de sobra los intereses que computó Kurtze sobre el valor del ferrocarril interoceánico.
Los estudios científicos de Kurtze estuvieron, pues, hábilmente hechos. En cuanto a la posibilidad de la obra y su localización, sus previsiones se cumplieron. Su acierto no debe extrañar; fué él de aquellos jóvenes inteligentes y de muy sólida instrucción que salieron de la vieja Alemania, durante la primera mitad del siglo pasado, y especialmente después del fracaso de los movimientos liberales del 48, desesperanzados de la condición política de su patria, presa de la reacción, a tantear fortuna, a recomenzar la vida, en países nuevos y de libertad. Educados bajo las influencias de Goethe, Kant y Humboldt, eran flor de la inmigración de aquellos tiempos; y se diseminaron en los Estados Unidos, en la América Central, en Valdivia, por dondequiera en el universo. En los Estados Unidos, los más conspicuos se llamaron Francisco Lieber, Carlos Schurz; y en Costa Rica, Hoffman, Frantzius, Witting, Kurtze, Stréber, Por haber sido Kurtze de aquellos extranjeros, vanguardia dé civilización, que nos pusieron por primera vez en contacto con el adelanto europeo; por los numerosos y excelentes ser. vicios que prestó al país en su calidad de Director General de Obras Públicas; por su apego a nuestro suelo, en el que fundó hogar y donde reposan sus restos; y por lo que intentó en bien de Costa Rica, adelantándose a los tiempos, es su memoria acreedora a vivir en nuestro respeto y en nuestra afección. De niño sentí en mi cabeza la mano acariciadora de don Francisco; de viejo, me es grato pagar aquel afecto siquiera con el óbolo de estas palabras y la presente traducción.

Ricardo Jiménez
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EL FERROCARRIL DE PANAMÁ

Desde una época, comparativamente temprana, la atención de los hombres avisados de todas las naciones se ha ocupado de los medios adecuados que habría para facilitar la comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico, y los países que se hallan 'a lo largo de sus costas. Los riesgos y demoras inseparables del largo y peligroso viaje por el Cabo de Hornos, pusieron una barrera inmoble al desarrollo natural de las empresas europeas; y el comercio del mundo alzó su clamor por alguna ruta, más corta y más segura, entre los dos grandes océanos de nuestro globo. De ahí que, durante el siglo XVIII, Inglaterra, Alemania y Francia, cada una por turno, produjeran un plan tras otro, todos más o menos practicables, para una comunicación interoceánica expedita. Pero mientras no hubo una nación interesada suficientemente en el tráfico de ambos océanos, hasta el punto de convertir la apertura de tal ruta en objeto de deseo nacional, tampoco hubo probabilidad de que se ejecutara ninguno de los proyectos ideados. Este particular interés en el trajín de los dos océanos, por primera vez, en el presente siglo, apareció en una nación, durante el año de 1847, época en que el pueblo de los Estados Unidos anexó a su territorio la provincia mexicana de California. De ahí para acá, el deseo de unir más íntimamente aquella recién adquirida y muy halagüeña provincia con las activas, enérgicas y congestionadas ciudades del Este, creció cada día más fuerte; y en 1848 a consecuencia de los descubrimientos de oro en California el deseo se trasformó en positiva necesidad nacional. El viaje, dando la vuelta al Cabo de Hornos, bastante molesto q fatigoso para los viajeros ordinarios, venía a ser completamente insoportable para la turba, apasionada e impaciente, de buscadores de oro, para cuya excitada imaginación la demora de cada día representaba la pérdida de una riqueza cierta. Por esta razón le tocó por suerte a los Estados Unidos, el verse casi compelidos a promover la mejora de los medios de comunicación interoceánica, por la cual había suspirado por tan largo tiempo el comercio del mundo. Al mismo tiempo, el desarrollo de la navegación a vapor y de la construcción de ferrocarriles, entonces reciente, proporcionó, por la primera vez, facilidades mecánicas adecuadas, sin las cuales ningún plan habría podido tener buen éxito.

La demanda urgente, combinada con el adelanto de los medios mecánicos dichos, hizo la obra factible; y no hubo necesidad de que doctos trabajos de hombres de ciencia indicaran el camino que seguir. Una simple mirada sobre el mapamundi bastaba para no dejar duda acerca del trayecto. El istmo de Panamá, situado en la República de Nueva Granada, verdadero centro del continente entero de América, en donde unas cincuenta millas de tierra, apenas, separan las tormentosas aguas del Atlántico del apacible mar Pacífico, parecía tan claramente indicado por la naturaleza misma, que, casi sin debate, y por consentimiento común, fué adoptado como el gran camino real de las naciones, de océano a océano. El Gobierno de Estados Unidos prohijó oficialmente la decisión pública al autorizar la celebración de contratos, sobre trasportes de malas, con dos líneas de vapores, la una que enlazara a Nueva York y Nueva Orleans con el istmo, por el lado del Atlántico; y la otra, en el Pacífico, el istmo-con San Francisco y Oregón.

Se decidió la dirección general que había de adoptarse; pero quedaron aún en suspenso los detalles de la ruta terrestre y los medios de cruzar el istmo; por lo cual permanecieron, por un tiempo, en condición de letra muerta los contratos de valijas de los Estados Unidos. Es verdad que el de la línea del Atlántico, pronto lo tomó Mr. Jorge Law. Las conexiones del empresario con las ciudades de Savannah y Nueva Orleans le aseguraban una casi inmediata ganancia. Pero la posibilidad de sacar algún provecho de la línea del Pacífico parecía tan lejana al principio, que durante largo tiempo nadie quiso asumir el riesgo. Tres comerciantes de Nueva York, -Mr. William H. Aspinwall, Mr. Henry Chauncey y Mr. John L. Stephens,-por último, se hicieron cargo del contrato de valijas, del lado del Pacífico; y a causa de él concibieron el atrevido plan, que con el tiempo realizaron, de construir un ferrocarril a través del istmo de Panamá. Tal empresa da justo derecho a esas personas a que se les cuente en el número de los benefactores de sus semejantes. Ajustaron con el Gobierno de Nueva Granada un contrato, en el cual, además de varias importantes concesiones de tierras y otro género, se les dió el privilegio exclusivo, por el espacio de cincuenta` años, para construir y explotar un ferrocarril a través del istmo. En los comienzos de 1850 se empezaron los trabajos. Pero pronto fué palmario que la precipitada decisión popular en favor de la ruta a través del istmo de Panamá, basada en un examen superficial de las ventajas derivadas de la situación geográfica, era en realidad una muy atropellada decisión. Las dificultades con que se topó resultaron tan enormes, y tanto sobrepasaban todas las previsiones, que, si se hubiese tenido conocimiento de ellas al dar principio a la obra, en vez de haberse ido descubriéndolas gradualmente a medida del avance de los trabajos, y si la osadía y perseverancia de los empresarios no hubiesen estado tan fuerte y constantemente sostenidas por la corriente, siempre en aumento, de los emigrantes, buscadores de oro, vocingleros en demanda de progreso y casi indiferentes en cuanto al costo de cualesquiera facilidades que abreviaran su viaje a Eldorado, con que soñaban, es probable que el ferrocarril a través del istmo de Panamá no habría sido construido hasta la fecha, y probable, también, que no se hubiera abierto ninguna ruta transcontinental hasta que ésta o aquélla de las másventajosas, y por entonces desconocidas, se hubiera llegado a descubrir y se hubiera escogido para llevar a término el propósito que sé perseguía.

S
in recorrer el terreno, no es fácil formarse una concepción adecuada de las dificultades que se presentaron y vencieron en la construcción del ferrocarril de Panamá. En mayo de 1850 se iniciaron los trabajos con el desmonte de la pequeña isla de Manzanilla, ahora asiento de la ciudad de Aspinwall, término en el Atlántico del ferrocarril, hacia la entrada de Navy Bay. La isla es apenas algo mejor que un arrecife de coral, cubierto a trechos con una capa delgada de tierra lodosa, la cual en los lugares más elevados de la isla sólo tiene una profundidad de pocos pies, y debajo, por dondequiera que se excave, se encuentra el agua del océano. Los primeros ingenieros de ferrocarriles que desembarcaron allí, describen el lugar como un suampo virgen, cubierto de una densa vegetación de tortuosos y acuáticos manglares, entrelazados con gruesos bejucos y arbustos espinosos, todo lo cual formaba una espesura que impedía la entrada aun a los animales salvajes, propios del país. En el barro, negro y pegajoso, de la superficie, abundaban lagartos y otros reptiles, mientras que el aire estaba cargado de vapores pestilencieles y cundido de moscas de arena y mosquitos.

Los trabajadores en su faena, para defender la cara, tenían que usar velos de gasa, y por la noche buscaban refugio a bordo de algún viejo bergantín, fondeado en la bahía. Muchos de ellos en pocos días sucumbieron a causa de las enfermedades; otros, desertaron; mientras que aquellos a quienes se lograba retener sólo podían trabajar una semana de seguida. Los progresos eran, pues,-muy lentos. Tierra adentro, iguales o aún peores dificultades. Por espacio de quince millas, a partir de la costa, la trocha iba por un suampo profundo y casi sin fondo. Durante meses y meses, tenía la gente que trabajar con el agua a la cintura, expuesta alternativamente al sol abrasador y a las lluvias empapadoras de los trópicos, y en una atmósfera saturada del veneno de la malaria. Los insectos no daban punto de reposo, de día ni de noche. La vida en tierra era imposible. Los peones, cuando iban al trabajo, o cuando regresaban, tenían que abrirse paso por esteros y fangales hondos de dos a cuatro pies, o por encima de troncos de mangles, o a través de enmarañados bejucos y espinosas malezas. Dormían apiñados sobre cascos viejos anclados en la bahía; se alimentaban con rancho de marineros, traído de puertos del Norte; bebían sólo agua llovida: y morían por centenares. Trabajadores de refresco se traían, por miles, de todas partes del mundo; pero el clima era igualmente fatal para todos. Naturales de las costas vecinas, negros y mulatos de las islas de las Indias Occidentales, americanos del Norte, ingleses, irlandeses, franceses, alemanes, indios asiáticos y chinos, todos fueron anteados, por turno, y todos por turno sucumbieron. Cada vapor correo que llegaba traía su cuota de gente nueva, y partía con un número semejante de enfermos e inhabilitados. Los ingenieros superintendentes alternaban con regularidad, el uno en el hospital, y el otro en el campo de trabajo. A tres millas de la costa se descubrió en medio del suampo el primer cerrillo seco; en seguida se levantó allí un rancho para los ingenieros. Los palos para el rancho hubo que traerlos al sitio a espaldas de los peones: pero éstos, durante mucho tiempo, continuaron viviendo a bordo de las embarcaciones. La costa estaba, por supuesto, deshabitada, y no había cultivo de cosa alguna comestible; todo había que importarlo de puntos que distaban miles de millas. Aun después de dos años de un trabajo incesante y descorazonador, que no variaba sino por una mayor o menor cantidad de enfermos o desertores, y de haberse concluido las primeras trece millas de vía, a través de pantanos, y puesto el pie en terreno más elevado, las dificultades siguieron siendo casi las mismas. Los bosques, siempre tan densos; las fiebres, siempre tan mortíferas; los insectos, siempre tan abundantes; sólo que la trocha en vez de pasar por entre ciénagas, iba ahora por suelo quebrado, a lo largo de precipitosas laderas, por encima de profundos barrancos, salvando ríos turbulentos y furiosos torrentes de las montañas, hasta que se llegó a la cima más alta, desde donde comenzó el descenso, por terreno escarpado y por regiones parecidas y salvajes, para caer a los suampos, igualmente terribles, de la costa del Pacífico. La vía, en toda su extensión, corre entre los paralelos octavo y noveno, al norte del ecuador; y en toda esa zona subsiste durante el año entero el calor tropical más opresivo, y durante casi seis meses lluvias tropicales inundan toda-la región. La dispersa población nativa, compuesta de una raza mestiza, de españoles, indios y negros, no prestaba ninguna asistencia. Demasiado indolentes y poco acostumbrados a trabajar, escasamente producían lo bastante para su propio sustento, y no podían contribuir con nada para el mantenimiento de los trabajadores extranjeros. Cada provisión, cada material usado, venían de muy lejos, miles de millas. Aun los bosques de esa desgraciada región, con todo y ser tan densos, no suministraban maderas que poder usar. Las traviesas de maderas nativas había que arrancarlas pronto y reemplazarlas con otras importadas, aun antes de que un tren hubiera pasado por encima de ellas, pues escasos seis meses bastaban para que se pudrieran en contacto con el suelo. En todo el país no se conseguía siquiera un poste de telégrafo; toda pieza de madera que se usaba procedía, o de alguna de las repúblicas de América Central, o del Norte. Pero a pesar de todas estas, al parecer invencibles dificultades, se completó, por último, la línea. Ya desde antes se habían estado trasportando durante algún tiempo, pasajeros y carga, a trechos; y en enero de 1855, después de cinco años de incesante labor, la Compañía pudo correr una locomotora de océano a océano, y poco tiempo después entregó la vía entera al tráfico regular, el cual nunca, desde entonces, ha llegado a interrumpirse. Los emprendedores capitalistas, que con tanto valor y firmeza perseveraron en su intento, no obstante la experiencia desanimadora, fueron, por dicha, ampliamente recompensados mediante el feliz éxito pecuniario de la empresa. Al fin del tercer año de sus trabajos, mucho antes de la conclusión de la línea, habían embolsado muy buenos dividendos. Durante los últimos ocho o nueve años, se ha repartido entre los accionistas, en dinero efectivo, no menos de un doce a sesenta por ciento, sobre el capital. Fuera de estos dividendos, se ha amortizado una gran parte de la hipoteca que pesa sobre el ferrocarril; ha habido cómo agregar valiosas adiciones a las pertenencias de la Compañía, tales como vapores, buques de vela, etc.., y sumas liberales se han puesto aparte, para' e1 fondo de amortización y la reserva. Las acciones de la Compañía, de cien dólares cada una, se cotizan a doscientos cincuenta dólares y más, y rara vez se ven en el mercado.

La extraordinaria prosperidad de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, se la explica uno fácilmente con sólo pensar que aquella vía ha venido a ser el principal canal de comunicación entre la porción oriental de Estados Unidos y los prósperos estados de California y Oregón; y también entre Estados Unidos y México, América Central y del Sur, China y Japón; y entre todos esos países y Europa. Por la parte del Pacífico no menos de cuatro diferentes líneas, con treinta y dos vapores, ligan a Panamá con Oregón, el territorio de Wáshington, California, México, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Nicaragua, Nueva Granada, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Está al estrenarse una línea para Australia. En el Atlántico, tres diversas líneas de vapores, con treinta o más barcos, se extienden entre Aspinwall y Nueva York, los puertos de las Indias Occidentales, costas orientales de América del Sur y del Centro e Inglaterra. Además, líneas de buques de vela, que hacen viajes regulares cada mes, desde Bremen, Burdeos, Liverpool, Génova, Nueva York y Boston, acrecientan la marea, cada vez mayor, del tráfico que cruza el istmo.

La gran bonanza pecuniaria del ferrocarril de Panamá, junto con la inhabilidad de la línea, a veces, para satisfacer las, necesidades del público y la creciente convicción de que otras rutas, más favorablemente localizadas, podrían disputar ventajosamente con la ístmica la posesión de un tráfico lucrativo, ha empujado a hombres aventureros a descubrir, explorar y estudiar en forma todos los diferentes puntos de América Central, que con probabilidad pudieran resultar elegibles para los fines de la travesía interoceánica. No menos de ocho rutas se han propuesto, en diferentes ocasiones, como competidoras de. la de Panamá. Sin embargo, sólo la de Nicaragua ha llegado a ponerse en práctica. No es de creerse que el mero buen éxito pecuniario de la línea del istmo haya sido el sólo estímulo de tantos planes de competencia; algo más ha habido en el fondo: las desventajas de la ruta de Panamá, inherentes a ella misma. Cualquier otro trazado que no las presente, tendría enseguida la preferencia en la estimación pública. Esos inconvenientes merecen un cuidadoso examen. El ferrocarril de Panamá, en toda su extensión, atraviesa las peores regiones palúdicas de los trópicos. Son malsanas y están sujetas a la fiebre de Panamá, así llamada, y a disenterías palúdicas. Es verdad que el tránsito es corto, pues requiere apenas cuatro o cinco horas; pero no es solamente durante el tránsito cuando está el viajero expuesto. Aun en el caso de que los vapores arriben con toda regularidad, tiene que pasar en tierra una, cuando no dos noches; pero a veces, si falta la conexión debida, a consecuencia de alguna de las múltiples contingencias de que no se libra la navegación, la demora en tierra tiene que ser mayor, y, entonces, no hay modo de escapar de las influencias palúdicas. Por estos ineludibles retardos son muchos los transeúntes que se llevan consigo los gérmenes de permanente enfermedad.

El puerto de Aspinwall está abierto a los vientos del norte y noroeste, que a veces soplan con gran violencia; y en tales ocasiones, el anclaje es completamente inseguro. En la playa de la bahía, se ven, alineados, numerosos despojos que trajeron los naufragios, y que testifican lo riesgoso de aquel fondeadero. El puerto de Panamá ofrece inconvenientes casi igualmente serios. Las mareas allí suben y bajan veinte pies, ordinariamente, y a veces, veintisiete, lo qué obliga a las embarcaciones, en baja marea, a echar las anclas a gran distancia de tierra, y a esperar la marea favorable para desembarcas a los pasajeros y la carga. Aun entonces, hay que echar mano de vaporcitos y lanchas, con la demora y el riesgo consiguientes y con gastos adicionales, gravosos.

Una consideración muy importante, en relación con los inconvenientes de la ruta panameña, es la de que los negocios políticos de aquel país se mantienen en un estado de inseguridad. El istmo mismo nunca está salvo de disturbios; y la estabilidad del Gobierno de la República entera es asunto de la mayor incertidumbre. Naturalmente surge una pregunta, que es muy digna de reflexiva meditación: ¿Cuánto tiempo habrá de estar esa ruta bajo el directo control del comercio americano? Según el convenio original, el Gobierno de Nueva Granada se reservó el derecho de comprar todo el ferrocarril, edificios, etc., en cualquier tiempo, después de los veinte años siguientes a su terminación, por el precio de $ 5.000,000; suma mucho menor que su efectivo costo. De estos veinte años, doce han transcurrido ya; y los esfuerzos de la Compañía para obtener de la legislatura de Bogotá una alteración en esta parte de la concesión, parecen indicar que teme que el. Gobierno de Nueva Granada intente aprovecharse-de su privilegio. La manera perentoria que usó el Congreso al rechazar la demanda de la, Compañía hace pensar que los, temores de ésta son bien fundados. Si Nueva Granada intentara seriamente entrar en posesión del ferrocarril, sin dificultad conseguiría el capital necesario para la compra, con capitalistas europeos, que naturalmente están celosos de los americanos, por el control que éstos ejercen en el istmo, y que se alegrarían sobre manera de adquirir línea tan provechosa, aun pagando doblado el precio que la República, habría de satisfacer. Estas desventajas enumeradas ¿exponen la ruta de Panamá al riesgo de que otras le hagan eficaz competencia? Una breve descripción de las rutas más dignas de tenerse en cuenta, entre las diferentes que se han propuesto en los últimos tiempos o que están ahora ante el público, servirá para que cada uno forme juicio sobre el particular apuntado.

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LA RUTA DE TEHUANTEPEC

La ruta Tehuantepec, a través de México, se proyecta que vaya de La Barrilla, en el Atlántico, a bahía Ventosa, en el Pacífico. La primera, como su nombre lo indica, tiene una movediza barra de arena; y la segunda es una rada abierta. Se le puso el nombre por el cual se conoce, por razón de los vientos que constantemente la azotan. Ambos puertos, tal como se hallan, son enteramente inadecuados para servir de término a un ferrocarril transcontinental; y el apropiarlos para semejante objeto, si la cosa fuera posible, demandaría ingentes desembolsos, sin ventaja correspondiente. Esa ruta sería la más septentrional, y, por supuesto., la más corta entre Nueva York y California; pero esta aparente ventaja pronto pierde su importancia, cuando uno considera que dos tercios del tráfico de cualquier ferrocarril interoceánico deben derivarse de los Estados de la América, Central y del Sur, cuyo tráfico de ninguna manera se beneficia por acortarse la distancia a California. Una de las ventajas de la línea de Tehuantepec es que la altura mayor que se tendría que vencer no pasa, de, ochocientos pies, en una distancia de-doscientas millas inglesas, circunstancia muy favorable en la construcción de ferrocarriles; pero, por otra parte, casi dos tercios de la línea irían por un suelo pantanoso. Eso significa mucho gasto y machas molestias, así durante la hechura de la obra como después, en el periodo de conservación. Los lugares circunvecinos, como en el caso de la ruta panameña, se hallan por completo, despoblados, sin tráfico local alguno, ni productos o exportaciones de ninguna clase. El clima, por toda la línea, es malsano e inadecuado para trabajadores blancos. De ahí, que haya poca probabilidad de que los dichos inconvenientes pueda remediarlos la inmigración. Hay dos o tres diferentes contratos vigentes, con respecto a esta línea. Pero ni el estado actual del país ni lo que se columbra del porvenir garantizan estabilidad política o comercial; y sin ella no es posible que esos contratos se ejecuten.

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LA RUTA DE HONDURAS
La línea de Honduras, a través de la República de ese nombre, es de mucha extensión; sus gradientes, muy fuertes; y va durante todo el tiempo, por regiones perfectamente despobladas. En absoluto, no merece atención.
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LA RUTA DE PUNTA DEL MICO

La ruta de Punta del Mico o de Pim, a través de la República de Nicaragua, parte de Punta del Mico, en el Atlántico, y acaba en Chicarena o en Corinto (el actual puerto de Realejo) en el Pacífico: Tiene buenos puertos y pasaría, en algunas partes, especialmente hacia el Pacífico, a través de lugares bien poblados, que aseguran una buena cantidad de tráfico local. Pero la mayor parte de la línea recorre desiertos montañosos, en completo estado salvaje. La línea es la más larga de todas las propuestas. Según cuál sea el punto terminal en el Pacífico, la extensión será de doscientas treinta o doscientas ochenta millas. El costo de la construcción, excesivamente elevado. El carácter notorio del Gobierno de la República, y la facilidad con que otorga, altera y retira una concesión tras otra, quita a cualquier contrato toda su importancia.
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EL TRÁNSITO DE LA AMÉRICA CENTRAL

En cuanto a plausibilidad, la ruta que más se aproxima -a, la del istmo es la del Tránsito centroamericano o la ruta de Nicaragua, la cual para observadores superficiales es más bien superior, en varios respectos a la de Panamá. Una y otra son las únicas que se han llevado a la práctica. Una bahía profunda y bien protegida, en el mar atlántico, en la cual desemboca un río ancho y navegable, que corre en la dirección del este franco, y que comunica, a la distancia de ochenta y cinco millas. con un mar mediterráneo, de magníficas proporciones, cuyos inmensos caudales de agua alimentan copiosamente el río, durante todas las estaciones el año; el lago mismo, que abarca sesenta millas, por lo ancho, y que está separado del océano Pacífico, por una faja de tierra, cuya anchura no pasa de catorce millas y cuya mayor altura no excede de cuatrocientos cincuenta pies, sobre el nivel de, mar; todo esto parecía presentar en un haz cuantas circunstancias son necesarias para asegurar una transportación, barata y lucrativa, a través del continente. Durante algunos años, en realidad, ha estado más o menos en uso constante. Pero el resultado ha sido muy desfavorable para los dueños y para quienes han intentado pasar por allí. Frecuentes interrupciones totales del tráfico, que duraban meses; grandes irregularidades en las llegadas y partidas; y forzosas detenciones en tierra, a veces de dos y tres semanas, a lo que había que agregar inseparables molestias del tránsito, desacreditaron la línea. Cuantiosas sumas de sus dueños se ha tragado la empresa; y recientemente, por segunda o tercera vez, ha pasado a nuevas manos. Aunque esta línea disponga ahora de hartos medios y esté manejada con vigor y habilidad, no es probable que alguna vez llegue a ser productiva o pueda competir seriamente con la línea de Panamá o con otras que se establezcan. Las dificultades, no tan aparentes a primera vista como las ventajas, son realmente invencibles. El puerto de San Juan del Norte o Greytown, en la boca del río San Juan, está sujeto a la formación periódica de una mudable barra de arena, una de las peores que conocen los que navegan las costas del Atlántico. A las veces, después de una estación seca, escasamente hay agua bastante para que flote una barquilla, y los vapores se ven obligados a fondear en riesgosa situación, a la distancia de cuatro millas, mar adentro, y allí se trasladan los pasajeros y la carga a lanchas pequeñas, con grande gasto y riesgo, e incomodidad seria para los viajeros. La formación de esta barra se atribuye, sin duda con justicia, al hecho de que una gran porción del caudal de agua que viene del lago se desvía en la parte baja del río, perdiéndose para el puerto, y se va por un desaguadero, que últimamente se ha formado o ensanchado, y que corre, en una línea más corta, hacia el Atlántico, y más hacia el sur, desde un punto ocho millas arriba de la antigua desembocadura principal del San Juan. Las aguas amenguadas que llegan al puerto, no tienen ahora suficiente fuerza para arrastrar hacia afuera las arenas, y éstas se van gradualmente depositando en la boca; y el puerto de San Juan, en consecuencia, se va rellenando rápidamente, y es en la actualidad una charca, de aguas someras y estancadas. Desgraciadamente, el nuevo desaguadero no es navegable y no forma puerto, a su entrada en el Atlántico. Ahora se intenta limpiar el puerto de San Juan de sus acumulaciones, cerrando el brazo del Colorado, en el punto en que se produce la bifurcación. Pero es bien sabido, y ello se ha demostrado de nuevo, de un modo palmario, durante la guerra de secesión reciente,-que mudar el curso de las aguas, por moderado que sea su volumen, es uno de los problemas más difíciles de la ingeniería; y, aun si el proyecto fuera hacedero, el cerramiento del río Colorado, que -corre enteramente por territorio de la República de Costa Rica, no sería permitido por ésta; y el intento sólo podría conducir a la renovación de dificultades nunca zanjadas entre las dos repúblicas, y que han surgido de que una de ellas goza o se atribuye el derecho de gozar de todo el provecho proveniente del tránsito por los ríos y lagos que forman sus recíprocos límites. (*)

Pero aun si fuera vencida la dificultad del puerto de San Juan y se le restaurara a su antigua condición, siempre la línea seguiría siendo desfavorable, en extremo, y absolutamente impracticable para toda carga pesada. Los pasajeros y las mercaderías, llegando a San Juan, dejan el vapor oceánico y han de trasborderse a barcos más livianos, que suben por el río, sesenta millas, contadas desde el Atlántico, hasta los grandes raudales del Castillo y Machuca, que son completamente impasables. Hay necesidad, entonces, de transportar a los pasajeros y la carga a lomo, en una distancia de doce millas. El terreno de la orilla del río, de raudal a raudal, es tan áspero y pantanoso que la construcción de un ferrocarril que se intentara sería excesivamente difícil. En el otro extremo de los raudales, vapores de río y lago reciben a los pasajeros y la carga, y los llevan, después de cruzar el lago, hasta La Virgen, en donde hay que emprender de nuevo el viaje a caballo o a mula y caminar así; venciendo trece millas, hasta rematar la jornada en el Pacífico. Fácilmente se ve que estos cuatro o cinco cambios de modo de trasporte son harto pesados, lentos y costosos. Además, el trasporte de carga, fuente principal de ganancia, tiene que ser siempre imposible por allí. Por lo mismo, no es probable que la ruta adquiera importancia jamás. El canal interoceánico, para barcos, proyectado por Mr. Félix Belly, habría de seguir la ruta de la Compañía del Tránsito por Nicaragua; y contra él caben todas las objeciones hechas a dicha ruta, y muchas más. El proyecto es de tal gigantesca magnitud, que no se puede esperar que la realización sea acometida durante varias generaciones venideras. El hecho bien simple de que la línea de Chiriquí esté localizada en territorio igualmente reclamado por los gobiernos de Costa Rica y Nueva Granada, rada uno de los cuales está interesado en otra línea, no da muchas esperanzas de que ninguno de ellos llegue a consentir en la construcción de una vía por allí. La línea, aparte de lo dicho, ni es deseable ni ventajosa.

Hay otra ruta que parece combinar, en manera muy notable, todas las ventajas de las otras, junto con otras muchas, excelentes, que le son peculiares, y la cual, a la par que está enteramente libre de las desventajas que pesan sobre todas las demás, no las presenta propias que no puedan ser removidas fácil y permanentemente. Esta ruta es la que pasa a través de Costa Rica, desde el puerto de Limón, en el Atlántico, hasta el de Caldera, en el Pacífico.
LA REPÚBLICA DE COSTA RICA

De todas las repúblicas de la América Central, Costa Rica es la única cuyo pueblo se haya mostrado poseído de aquel patriotismo honrado, que es condición necesaria para el mantenimiento de la forma republicana de gobierno. Leal a la Federación de los Estados de la América Central, mientras duró la unión; forzada a salir de ésta por las disputas y guerras surgidas entre los confederados, pero en las cuales día: no tomó partido, Costa Rica fué la primera en llegar a un arreglo financiero con los acreedores extranjeros de la Confederación y en pagar su cuota en la deuda de las repúblicas anidas. Su conducta posterior ha estado en armonía con los buenos auspicios de los comienzos. Sin disturbios políticos de importancia, de esos que continuamente interrumpen y destruyen el desarrollo de sus vecinas, más grandes y más ambiciosas, Costa Rica ha proseguido, sin desviarse, en su camino de progreso político, social e industrial, lo que le ha valido, entre sus repúblicas hermanas, el apelativo, que no es para ofenderse, de Chile de la América del Centro. Por su gobierno bien establecido; por su tesorería nacional, hábilmente organizada y de cuya excelente administración da testimonio inequívoco la regularidad de un superávit anual; por su tarifa de aduana, cuya liberalidad podría avergonzar a naciones más viejas y ricas; por su libertad de cultos y admirable sistema de escuelas públicas; por su moneda nacional, que es sana y conveniente; por su población, que es pacífica, industriosa e inteligente, esta pequeña república, que apenas cuenta ciento cincuenta mi( habitantes, merece la consideración respetuosa del pueblo de Estados Unidos. Este pequeño Estado, que ha sabido mantener su independencia, con solo una milicia nacional, contra los esfuerzos de países vecinos, más grandes y más poblados; un Estado, sin un peso de deuda en el interior o afuera; un Estado que, salido apenas de una larga guerra de independencia, puede cuadruplicar sus exportaciones e importaciones, en

(*) Después de escrito lo anterior, ha llegado la noticia aquí de que el Gobierno de Costa Rica ha protestado contra todo intento de cerrar. el Colorado. La naturaleza también ha hecho sentir su protesta enérgica. La pesa levantada por la Compañía, para cerrar uno de los-brazos pequeños del río, ya no existe; se la llevaron las aguas. años que puede, y lo hace, dedicar cada año, del excedente de sus rentas, cincuenta mil pesos, al mantenimiento de sus escuelas y de una universidad, y doscientos mil pesos, para la construcción de caminos y puentes,-por todo su territorio; tal Estado presenta una pintura muy diferente de aquella que surge, con toda razón, ante nuestra vista, siempre que pensamos en una república de la América Central.
Con todo, tal es Costa Rica. Su rápido progreso se debe, en gran parte, a las naturales ventajas de su clima y suelo. Aunque situada en el propio corazón de los trópicos, entre los paralelos octavo y undécimo de latitud norte, contigua a Nueva Granada, por el sur, y a Nicaragua, por el norte, el clima de Costa Rica es, principalmente, el de las zonas templadas. Desde el Atlántico y en una corta distancia tierra adentro, el clima es tropical; pero a la parte del Pacífico, aun cerca t de la costa, el termómetro rara vez sube arriba de 80°, Fahrenheit, y en la parte más importante, en las tierras del interior, se goza de un clima netamente templado. La temperatura media de la capital, San José, durante el año de 1863, fué de 68%°, Fahrenheit; la mínima, ese año, 570, el nueve de enero; y la más alta 880, el día 14 de mayo. La faja estrecha de tierra baja, cerca de la costa del Atlántico, que todavía no ha entrado en cultivo, está más o menos sujeta a las fiebres miasmáticas comunes a todas las regiones tropicales, pero no hay suampos de consideración, como en la costa de Aspinwall; el suelo es por dondequiera firme y tiene drenaje natural; de modo que, usando precauciones ordinarias, aun los europeos y la gente blanca del Norte, pueden trabajar allí, aunque, por supuesto, no tan ventajosamente como los naturales de las costas adyacentes. Hacia el interior, desde las primeras alturas, unas pocas millas al oeste del Atlántico, a través de toda la anchura de la República hasta la costa del Pacífico, el país es notablemente sano. Una perpetua primavera, libre de extremos de calor o frío, parece que invita a los delicados de salud, de todos los países, a que lo visiten; y, siendo ello así, se maravillan los costarricenses de que las gentes de Estados Unidos continúen buscando, y buscando en vano, en Niza, Roma y Palermo, un clima que las está esperando, sin que se den cuenta de ello, a sus propias puertas. Fuentes minerales de gran variedad abundan en aquellas regiones volcánicas, aunque no han sido suficientemente examinadas, a fin de determinar sus propiedades curativas. Las bellezas naturales del paisaje no es fácil que sean superadas en otras partes; y ellas solas repararían con usura al viajero su visita a esa privilegiada tierra.

El suelo es por todas partes muy productivo y fácilmente cultivable, siendo como es terreno de mantillo, ligero y desmenuzable, evidentemente de origen volcánico. Desde la línea costanera, por ambos océanos, hasta una elevación de 2,000 a 3,000 pies todas las frutas y los productos tropicales abundan y se cultivan con la mayor facilidad. A una elevación mayor, en los valles, que, a semejanza de terrazas, se desprenden de la masa de la cordillera principal, y que forman las más encantadoras porciones de tan linda región, por dondequiera, la caña de azúcar, las naranjas, el tabaco, cacao, arroz, las papas, el maíz y el trigo, se producen con toda perfección. Allí, también, crece el orgullo de Costa Rica, y su principal artículo de exportación: el café. En Estados Unidos es poco conocido, a consecuencia de la falta, hasta ahora casi absoluta, de comunicación entre los dos países; pero, en los mercados europeos, ocupa hoy día el primer lugar, y no le aventaja, en calidad o precio, ninguno 'de los ,cafés conocidos en el comercio. Las exportaciones de este artículo, cuyo cultivo apenas data de 1830, valen ahora más de dos millones de dólares, oro efectivo; y van aumentando rápidamente. Los otros artículos importantes de exportación son cueros, drogas, conchas de tortuga, madreperlas, palos de tinte, maderas de construcción y ebanistería de varias clases, especialmente de caoba y cedro. Los magníficos bosques que todavía cubren la mayor parte de la República abundan en las más finas maderas, para barcos y otros fines, y proporcionan, sin agotamiento, todas las necesarias para el consumo del país, así como para el de otros Estados de la América del Sur y Central. La cordillera, en toda su extensión, es rica en depósitos minerales; y oro, plata, cobre, zinc, níquel, hierro y plomo han sido descubiertos, en numerosos lugares, aunque poco se ha hecho para explotar los hallazgos. El espíritu de firme industria y devoción a las tareas agrícolas, que caracteriza al pueblo de Costa Rica, ha tendido a impedir o retardar el desarrollo de la riqueza mineral del país; y aun aquellas maravillosas minas de oro, que hicieron que los españoles llamaran el país Costa Rica, no se trabajan; se han perdido de vista; -ni siquiera se sabe dónde se hallaban.

El que mire el mapa de Costa Rica, notará que la cordillera atraviesa todo su territorio en una dirección de noroeste a sudeste, en una línea casi paralela a sus costas. La línea, sin embargo, está rota, en el paralelo décimo de latitud, por tres volcanes,-Turrialba, Irazú y Barba,-que parece que, hubieran torcido el curso de la sierra, echándola directamente hacia el este, y dejando una planicie, extendida y ancha, de una altitud considerablemente más baja que las montañas que la rodean. En esta cortadura de la cadena de montañas tienen su nacimiento dos ríos, separados por una ringlera de cerros, cuya altura no es mayor de cien pies. El Reventazón corre, hacia el este, a perderse en el Atlántico; y el Río Grande va por el oeste, al Pacífico. Ninguno de esos ríos e§ navegable en extensión apreciable; pero a lo largo de su curso se suceden los fértiles valles de las montañas, que forman la riqueza de la República, y que, abarcando una faja de territorio, que corre de este a oeste, del Atlántico al Pacífico, y de una anchura, de norte a sur, de veinte millas, próximamente, contienen las nueve décimas partes de las ciudades y pueblos que forman la población de esa pequeña y floreciente comunidad. A través de tal estrecho territorio fluye la corriente del tráfico que pone a los costarricenses en relación con el mundo exterior, desde Cartago y San José, las dos ciudades, más grandes, hasta Puntarenas, el puerto en el Pacífico. El creciente tráfico da la República, consecuencia del aumento de la riqueza y progreso del espíritu público, ha sido causa de que esa vía, primitivamente una simple senda de mulas, se haya convertido en una carretera sólida, macadamizada, con numerosos y hermosos puentes de piedra cortada, y transitable, con las más pesadas cargas de mercaderías y maquinarias, en todas las estaciones del año. Los vehículos de carga recorren la distancia entre San José y Puntarenas, unas sesenta millas, en dos días. Esta carretera es mantenida constantemente en buen estado, por el Gobierno, ayudado por un ingeniero civil, alemán, quien está encargado 'de todas las obras públicas del Estado, para las cuales se le asignan, de los fondos públicos, $ 200,000, anualmente. Hasta la época en que el cultivo de café comenzó a ser de importancia y ese fruto vino a ser el principal artículo de exportación, todo el tráfico, de exportación como de importación, se dirigió hacia el Atlántico. Pero, como el café se cultivó primeramente más cerca del Pacifico y como el costo del transporte al Atlántico, usando los medios de acarreo entonces disponibles, habría sido excesivo, la corriente del comercio pronto se cambió, por entero, al cauce del Pacífico, y gradualmente se fué descuidando el camino al Atlántico, hasta que al fin se abandonó.

Sin embargo, desde que la nueva carretera al Pacífico demostró la gran disminución que se podía conseguir en los fletes interiores, con buen camino, los costarricenses fijaron su atención en las dilaciones innecesarias y gastos incurridos al mandar todos sus productos de exportación, por la vía de Puntarenas, lo mismo que al traer, por allí, todas las importaciones. Ese modo dé enviar los productos, significaba, primero, el embarque para Panamá; luego, la transferencia al ferrocarril para Aspinwall, a menudo acompañada de un segundo embarque; y, por último, un tercer cambio, el necesario para poner la mercadería a bordo del barco que había de conducirla a su final destino. Por todo ello, determinó el Gobierno, desde hace algunos años, adoptar de nuevo el antiguo modo de viajar, y, al efecto, continuar la carretera desde Cartago, por la senda de mulas que lleva al Atlántico, y que años atrás se había abandonado. Dispuso, asimismo, establecer un puerto comercial en el viejo puerto de Limón, en aquella costa; y así poner el comercio `de su pueblo en más directa y económica comunicación con el gran tráfico del mundo. La carretera ha venido progresando, por varios años. Veinte millas es cuanto falta para verla concluida. Cuando lo esté, Costa Rica tendrá una cosa de que ninguna otra nación podrá ufanarse: una línea de carretera, casi derecha, desde el Atlántico hasta el Pacífico, que podrá' ser recorrida, a caballo o en un vehículo ligero, en dos días; y con vagones pesados o mulas de carga, en seis días; y' la cual :habrá sido construida por este pueblo pequeño y emprendedor, para su propio tráfico, a sus propias expensas y sin ayuda de un solo dólar de capital extranjero. Mientras tanto, los trabajos han comenzado también en el puerto de Limón, elegido como punto terminal del camino en el Atlántico. El desmonte y la limpia del sitio de la nueva población, la siembra de maíz, la erección de edificios, y los preparativos, de todo género, para que renazca el vivaz tráfico de antaño, van progresando tan rápidamente como lo permiten los limitados medios de la pequeña república. De una carretera que conecte los océanos Atlántico y Pacífico, para carretas de Bueyes y carretones de mulas, a un ferrocarril, con sus locomotoras y trenes de carga y carros de pasajeros, no hay sino un paso; y este paso, los costarricenses, también han resuelto darlo. Sin embargo, obra de tal magnitud está, por supuesto, fuera de sus posibilidades, si no se les ayuda. La obra es al mismo tiempo de tal importancia para el comercio del mundo entero, y queda tan en la sombra cualquiera ventaja local de Costa Rica, que no tienen ellos la menor hesitación al pedir la ayuda de las naciones más interesadas en que se lleve a cabo la empresa, y más capaces de darle feliz remate, por poseer el capital y los medios mecánicos que se necesitan.

Con el buen juicio que caracteriza a los costarricenses en todo aquello que acometen, no han seguido el ejemplo de las repúblicas, sus hermanas, que han vendido las concesiones ferroviarias a especuladores aventureros, sino que han comisionado a su propio ingeniero en jefe, por largo tiempo el director de todas sus obras públicas y que está familiarizado con cada pulgada del terreno que ha de atravesarse, para que venga a Nueva York con el propósito de que entre en los arreglos necesarios que conduzcan a la pronta construcción de un ferrocarril que cruce su territorio.

La localización que se propone de la vía está tan claramente indicada por la naturaleza misma, que el ingeniero está exento de la tarea de elegir. Esa localización es la de la carretera macadamizada de hoy, con las pequeñas desviaciones que impongan las exigencias del arte de construir ferrocarriles, especialmente aquellas que se refieren a la fijación de las gradientes que convienen. La carretera existente corre, desde Limón, en dirección oeste, y, cerca de la costa, va por un terreno llano, hasta el pie de las montañas; allí cambia su curso, que se inclina entonces un poco hacia el norte, contorneando las diferentes faldas de las cordilleras, y mientras tanto va sabiendo gradualmente hasta que cruza los ríos Zent, Chirripó y Barbilla; tuerce luego hacia el oeste, otra vez, y cruza los ríos Pacuare y Siquirres; gradualmente se encamina hacia el valle de Reventazón, y se arrastra por una de las riberas, en rumbo sur, hasta las fértiles mesetas de Cartago; salva en seguida las alturas de Ochomogo para alcanzar, primero, las llanuras de San José, después, el valle del Río Grande, y por fin llegar, en un descenso semejante al de las aguas del río, hasta la costa del Pacífico, en Caldera o Herradura. En varios trechos la carretera, milla tras milla, puede ser usada sin nueva nivelación. Tiene buen balasto y sesenta pies de anchura, y fácilmente se le pueden tomar diez o doce pies para los carros sin perjudicar su tráfico, en lo más mínimo. Una descripción más detallada de los puertos y de la vía, así como del terreno por donde va, pondrá más de manifiesto cuáles son las ventajas y cuáles los obstáculos que ella presenta desde el punto de vista de un ferrocarril interoceánico.
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PUERTO DE LIMÓN, EN EL ATLÁNTICO

Este puerto (long. 83° 0' 13" y lat. 9° 59" 54') forma casi un semicírculo de cerca de trescientas yardas de diámetro, abierto al Atlántico hacia el S. S. E. El extremo norte del semicírculo consiste de un promontorio alto y de roca, que se prolonga dentro del mar Atlántico, en una distancia de» cerca de cuatrocientas yardas, en dirección sudeste, en la forma de un arrecife de coral, de dos hasta veinte yardas de anchura, y a flor de agua, en pleamar. A cuatrocientas yardas al este del punto más oriental del promontorio se halla la isla de Uva, de unas cien yardas de latitud.

El-promontorio de-roca, el arrecife de coral y la isla, todos juntos, dan una protección perfecta al puerto contra los vientos reinantes, del norte y del noreste, y contra las olas y corrientes del Atlántico, que corren allí hacia el sudeste y luego al sur. El último examen topográfico del puerto, de 1865, hecho por el señor Kurtze, se practicó en el mes de octubre, durante el fuerte vendaval que destruyó la colonia inglesa de Bluefields, en la costa de Mosquitia; y aunque el viento echó abajo las ligeras casas de los naturales, en la ribera, el agua del puerto no se alteró suficientemente hasta el punto de que peligrara el más pequeño bote, de los que van a la mar. Mr. Alexander Strauss, quehacía las veces de Ayudante hidráulico, en el servicio de los Estados Unidos, referente a exámenes topográficos de las costas, y Ayudante principal hidráulico, en el examen topográfico de Nicaragua, dice sobre Limón: «No conozco ningún otro lugar, de las costas de la América Central, en el Atlántico, desde Puerto Caballos, en Honduras, hasta la laguna de Chiriquí, que ofrezca un puerto mejor, más seguro y según todas las apariencias más permanente, que éste".

En toda la extensión del semicírculo que forma el puerto, la ribera se inclina, de un modo regular, hacia el centro del semicírculo, donde hay una profundidad de treinta y cinco pies de agua. A una distancia de sólo sesenta pies, contados desde le línea de la costa, la profundidad es de catorce pies, siempre; a una distancia de cien a ciento veinte pies, no menos de veinte a veinticuatro pies; y a lo largo de la ribera del norte, la misma profundidad del agua (veinticuatro pies) se mantiene hasta cerca del borde del arrecife de coral.

Antes de que comenzara a tener importancia la exportación del café por la vía de Puntarenas, y cuando Moín era principal puerto de Costa Rica, las pequeñas embarcaciones que hacían el tráfico marítimo entre esta República y las islas de las Indias Occidentales, iban a Limón y fondeaban tan cerca de tierra, que las mulas, que eran un artículo de los más importantes de exportación, entraban -abordo, caminando sobre tablones; y los siete diferentes exámenes topográficos hechos y publicados, durante los últimos treinta años, por el cuerpo de los Estados Unidos, encargado del reconocimiento de costas, inclusive el de Mr. Mechan, enseñan que durante todo ese espacio los sondeos no han revelado diferencias perceptibles. El fondo arenoso, ofrece excelente anclaje; y las mareas nunca pasan de un pie.

Hay que tomar con mucho descuento la descripción anterior sobre la localización de la ruta del ferrocarril. Comparándola con el plan topo. gráfico del mismo Kurtze, adjunto, se advertirá que esa ruta y la carretera sólo coinciden desde Siquirres para allá y en dos cruces en Ochomogo. En toda la demás distancia, ambas líneas van bien separadas. Indudablemente la carretera dió a Kurtze puntos de partida para su línea férrea; pero entre ellas no hay identidad, ni aún semejanza. ¿Por qué Kurtze no ajustó su descripción verbal al trazo de su plano? Tal vez por hacer más atrayente el proyecto disimulando dificultades. Hizo lo que los promotores de empresas y compañías: iluminar las ventajas y poner sombra sobre las dificultades. (R. J.)

No se requieren trabajos o mejoras de ninguna clase que acondicionen a Limón para un tráfico grande, de importación y exportación, salvo la erección de muelles de madera de unos setenta a cien pies de largo, es decir, de una extensión que es apenas la mitad o la tercera parte de la de los muelles que se hallan al lado de la ciudad de Nueva York. Pero si sé llegaren a necesitar, o si se creyere en lo futuro que fueren deseables algunas otras diferentes, obras, para protección o conveniencia, maderas espléndidas, de toda clase, crecen cerca de la costa, y pueden conseguirse sin otro costo que el de cortarlas; y los cerros proporcionan, a una distancia de trescientos pies escasos, excelente cal, en abundancia, que es fácilmente laborable, duradera y propia para obras submarinas.

El río de Limón pone a la disposición de las embarcaciones, en todo tiempo, agua buena; y a unos pocos centenares de yardas al norte del anclaje hay un manantial perenne de espléndida agua. Además, es cosa bien sabida que las formaciones de coral abundan en esas costas, y a poco excavar en ellas se encuentra agua dulce que jamás falta.
Es difícil columbrar lo que pudiera impedir que Limón llegue a ser pronto uno de los más importantes puertos de la costa. (*) La población se asienta en contorno del puerto, sobre terreno que suavemente sube a una altura de cerca de cien pies, sobre el nivel del mar, a tina distancia de unas ochocientas yardas, desde la costa. Doscientos peones están ahora y han estado desde hace algún tiempo, trabajando, en las cercanías, a expensas del Gobierno de Costa Rica, ya en el descuaje del terreno, o siembra de maíz, caña de azúcar, frijoles y hortalizas, ya en la edificación de casas, con el propósito de facilitar, de todos modos, la empresa ferroviaria. Por manera, que la Compañía que se hiciera cargo de la construcción del ferrocarril, podría desde mañana desembarcar quinientos o mil trabajadores y comenzar en seguida las operaciones. A tres millas a lo largo de la costa noroeste de Limón se halla la aldehuela de Moin, de unos quinientos habitantes, y que tiene un activo tráfico en hule, conchas de tortuga, palos de tinte, drogas y cocos.

(*) Lo que las poblaciones vecinas, que tienen que ser buenos jueces, piensan acerca del porvenir, del puerto puede deducirse, mejor que de otra cosa, del hecho ale que, desde que se hizo pública la determinación del Gobierno de Costa Rica de reabrir el puerto al comercio extranjero, se han vendido más de doscientos lotes urbanos, a reserva de la aprobación de la Compañía del Ferrocarril. Han sido comprados por las más importantes firmas de San ?osé, Cartago y Panamá, que intentan establecer en seguida, casas de negocios allí. El precio a que se han tomado esos lotes, vendidos condicionalmente, ha sido el (le cincuenta dólares oro, por cada uno.
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LA VÍA

La vía toda se asienta dentro de una faja de terreno que va de este a oeste, y cuya anchura no excede de ocho millas. Salvo en veinte millas, un buen camino, macadamizado, recorre toda su longitud, Ha sido hecho, en vista de cuidadosos estudios, y en general puede servir de guía para niveles y declives. Es claro que en una carretera hay frecuentes cuestas de una declividad inaceptable en ferrocarriles; pero en la carretera de que se trata, ninguna que no se pueda reducir a pro-porciones convenientes, extendiendo algo la línea. En todos !os puntos a lo largo de la ruta, se pueden conseguir, dentro de distancias favorables, cal, piedra de construcción, arcilla para ladrillos y las mejores maderas. La montaña está compuesta de un conglomerado volcánico, muy fácil de trabajar, y, a raros intervalos, de formaciones graníticas y basálticas. La sorprendente rapidez con que la vegetación, como por encantamiento, cubre el suelo con zacates, arbustos y plantas trepadoras, favorece en extremo la construcción de obras de tierra y permite rellenos casi verticales que duran para siempre. Con excepción de doce a quince millas de la costa del Atlántico, no hay punto en la ruta donde no pueda trabajar sin peligro la gente blanca de Europa o de la América del Norte. Pero no hay necesidad de traer gente de allí, pues braceros vigorosos pueden obtenerse, en cualquier número, en los puertos del norte de la América Central, que con gusto trabajan por un salario de setenta y cinco centavos, al día, poniendo ellos su comida, sin molestias para los contratistas. El país, por dondequiera, ofrece provisiones de toda clase, excepto harina de trigo, la que siempre se importa en toda época, principalmente de Nueva York, o Nueva Orleans o San Francisco. La estación lluviosa entorpecerá. algún tanto los trabajos, pero no tanto como los entorpece el invierno en un clima más hacia el norte, y no causará daños efectivos en la construcción de la ruta, fuera de algunos derrumbamientos ocasionales en rellenos recién construidos que no hayan tenido tiempo de cubrirse de vegetación.
Si se sigue la línea de la carretera, tal como está señalada en el mapa, se reparará que desde Limón corre hacia el oeste, casi a nivel, hasta el pie de las montañas y va por el borde de éstas hasta cruzar el río Siquirres.
El recorrido es de treinta y cinco millas, con una subida total de mil doscientos cincuenta y siete pies, o sea, cincuenta pies por milla; y sin otra dificultad que no sea la de poner puentes sobre pequeñas corrientes, la más ancha de las cuales no requerirá puente de mampostería o de otra clase que pase de sesenta yardas. El camino se desarrolla a través de magníficos bosques vírgenes de cedro, caoba y todo género de maderas de tinte, con plantaciones, aquí y allí, en abras y desmontes, en las que los cacahuales y cañales crecen lujuriantes. Hule, zarzaparrilla, drogas y materias para teñir, se colectan allí en gran cantidad.
Desde el cruce del Río Siquirres hasta Angostura, el camino sigue por la ribera derecha del Reventazón, en una distancia de veintiuna millas. Esta parte, no obstante que el ascenso en ella es solo de mil cincuenta y n& pies, vendrá a ser tina de las mas costosas de todo el camino. Por su naturaleza quebrada, por las rocas de su suelo, y por el número de pequeñas corrientes que caen al Reventazón, habrá que realizar allí un fuerte trabajo de voladura, con explosivos. En -la mayor parte de la distancia, los lugares se hallan sin cultivo, aunque a los lados del camino, y a intervalos que vienen en sazón, hay haciendas y casas de campo. El suelo es adecuado para el café y la caña de azúcar. El número de gentes arraigadas va creciendo constantemente, y tan pronto como los trabajos del camino comiencen, la afluencia de nuevos vecinos será mayor. Cerca de Angostura hay grandes haciendas de ganado, haciendas que desde este punto hasta el Pacífico, alternan, en todos los parajes cultivados, con fincas dedicadas a otros cultivos; y proporcionan copiosamente carne y bueyes de trabajo. En Angostura se atraviesa el río Reventazón, y desde allí se sigue por la margen izquierda hasta Cartago. Esta sección, de veinticinco millas, tiene un alza de dos mil cuatrocientos cuarenta y dos pies, o noventa y ocho pies por milla, y es el peor trecho de toda la ruta.
El nivel de la carretera no debe tomarse como criterio, aquí mucho menos que en cualquier otro punto, porque todos los peores declives del camino pueden ser, o evitados por completo, o a lo menos, reducidos. Esta sección nos lleva a las regiones en donde crece el-café; y al final de ella, especialmente desde el Paraíso a Cartago, la tierra está muy cultivada, y produce café, caña, maíz, papas y arroz, en la más grande abundancia y perfección.

Cerca de Cartago, en Ochomogo, se asciende al punto más alto del camino (5118 pies) y después se llega a San José, la capital, con un descenso de mil doscientos cincuenta y nueve pies, en ocho millas. San José está situado en una meseta, muy bien cultivada, plantada tupidamente de cafetos, brillante-, y que parecen gozar de su propia lozanía; constituyen el principal venero de la riqueza de la República. San José es una linda ciudad, limpia y próspera, de tinos quince mil habitantes; y es asiento del Gobierno, universidad, cuño y del comercio principal. Probablemente es una de las ciudades más del mundo; el termómetro oscila, a medio día, entre sesenta y seis y setenta y cinco grados, Fahrenheit; y mientras que en la estación más cálida rara vez pasa de ochenta grados, no cae más abajo de sesenta grados en las noches más frías. Desde San José, el camino corre por las mismas tierras altas y bien cultivadas, y desciende gradualmente mil ochenta y seis pies, distribuidos de un modo parejo en quince millas un poco más.

Llegando a Río Grande, el camino cruza el río y se muda a la ribera derecha del mismo. Las catorce millas que hay entre Río Grande y Santo Domingo tienen un descenso de mil doscientos cuarenta y cuatro pies e incluyen la única obra de ingeniería realmente difícil en toda la ruta, aunque, por supuesto, la excesiva declividad que indica la nivelación de la carretera, está muy reducida en la ruta que ha de seguir el ferrocarril. (*) Ya en Santo Domingo, cambia otra vez el carácter del terreno: el café cede el lugar a, la caña de azúcar, el arroz, los frijoles y el maíz. De allí, el camino desciende hasta el puerto de Caldera, su término en el Pacifico. El descenso es uniforme y suave: mil quinientos treinta y nueve pies en una distancia de doce millas. Único río que cruzar, el Jesús María. Largo del puente: unas cuarenta y cinco va? das.
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PUERTO DE CALDERA, EN EL GOLFO DE NICOYA

Este es uno de los varios excelentes puertos que abundan en las costas del Pacífico, en la América Central. Si se le prefirió a Puntarenas, puerto mejor conocido, fué en atención a la mayor profundidad de sus aguas, y a que acorta el camino en doce millas. El puerto es parte de la gran bahía o golfo de Nicoya, que está protegido ampliamente por todos los rumbos, excepto por el sur, por donde está abierto al Pacífico. Caldera se halla bastante bien resguardada hacia el sur, por una línea de cerros, de piedra arenisca colorada, cuyos harallones alcanzan el borde del agua. Rompiendo, por medio de explosivos, porciones del peñón', se conseguirá extender ese dique natural, en una extensión de unos cien pies, en rumbo oeste, y así se completará la protección del puerto, por la parte del sur, y al mismo tiempo se obtendrá un muelle permanente, en cuya extremidad se podrá siempre contar con una profundidad de veinticinco pies de agua, aun en baja marea. Caldera, llamada así por las fuentes de agua caliente mineral que abundan allí, está, lo mismo que Limón, admirablemente apropiada para lugar de un puerto de vida próspera. Su situación es muy parecida a la del puerto del Atlántico; y el suelo de los alrededores es, en todas direcciones, rico y de cultivo sencillo. El clima es mejor que el de Limón, aunque no tan sano como los del interior. Sólo tiene el puerto un inconveniente: la falta de buena agua potable. Las fuentes de los contornos son casi todas minerales y de cualidades curativas, y la corriente que entra al puerto, es totalmente inservible para beberla.

El mal, sin embargo, admite remedio, con, un gasto comparativamente ligero: bastará llevar por cañería de unas pocas millas, las aguas de alguna de las varias corrientes que nacen en las montañas vecinas.

Para información de los lectores que no estén familiarizados con las reglas que gobiernan la construcción de ferrocarriles, es bueno comparar el peor ascenso del ferrocarril de Costa Rica proyectado con algunas de las gradientes extremas que presentan las líneas hasta ahora construidas, y en distancias de alguna consideración:
Línea entre Viena y Trieste, Austria, 113 pies por milla, en 13 millas.
Línea entre Baltimore y Ohio, EE. UU. 117 pies por milla, en 11 millas.
Línea entre Valpo y Santiago, Chile, 120 pies por milla, en 12 millas.
Línea entre Limón y Caldera, C. R., 128 pies por milla, en 12 millas.
Línea entre Turín y Génova, Italia, 147 pies por milla, en 6 millas.
Línea entre Copiapó y Caldera, Chile, 196 pies por milla, en 13 millas.
Línea entre Veracruz México, México 211 pies por milla, en 23 millas.
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TÉRMINOS DE LA CONCESIÓN, PROPUESTA

El Gobierno de Costa Rica está anuente a celebrar con ¡lila Compañía responsable, un contrato para la construcción y mantenimiento de un ferrocarril, que parta de Puerto Limón y concluya en Caldera, de acuerdo con las liberales condiciones siguientes:

--La Compañía tendrá el exclusivo derecho de construir y poseer este y todos los otros ferrocarriles de la República, por el término de setenta años, a partir de la fecha del contrato; y después de ese plazo, podrá el Gobierno adquirir, a opción suya, para la República, la propiedad, a título de compra, sea al cesto, o mediante evaluación, según se convenga.

2°--Todas las cosas que importe la Compañía, con el fin de construir o conservar la vía, gozarán de franquicia; y el ferrocarril y todas sus pertenencias estarán -libres de todo impuesto.

--La Compañía tendrá el derecho exclusivo para construir muelles de toda clase y almacenes para el desembarque, embarque y depósito de mercaderías, así en Limón como en Caldera; y todas las importaciones y exportaciones pasarán a través de sus puertas, y pagarán justos y razonables derechos por el servicio.

--En ambos puertos, la ribera con todo el espacio requerido para muelles, bodegas, depósitos, talleres, estaciones, etc., etc., se traspasa, sin necesidad de pago alguno, a la Compañía; y del terreno remanente, dentro del circuito de la población, se darán lotes alternos a la Compañía, en los mismos términos dichos.

--La tierra, en toda lo extensión de la línea, que se halle a una distancia de ciento cincuenta pies, a uno y otro lado, se traspasa a la Compañía, sin que ella la pague, siempre que se trate de terrenos baldíos; y si éstos fueren de particulares, la faja que corresponde a la Compañía será de setenta pies, a uno y otro lado de la línea, y el Gobierno correrá con la expropiación y pago de los daños y perjuicios, a cargo de la República. A lo largo de la vía se darán millas cuadradas, alternas, a la Compañía, siendo baldíos los terrenos; y cada milla cuadrada que cayere sobre propiedad privada será repuesta con otra semejante de baldíos, elegida por la Compañía.

--De todos los baldíos podrá sacar libremente la Compañía maderas o materiales de construcción, de cualquier clase.

--Las minas que descubriere la Compañía durante el progreso de sus trabajos, serán suyas.

--Cada vez que se completen treinta millas de ferrocarril y estén en servicio público, el Gobierno, desde esa fecha y durante el término de los veinte años siguientes, garantiza el siete por ciento anual sobre su costo, y lo asegura con el producto de los derechos aduaneros, de importación y exportación, y de otras tangibles rentas.

--La Compañía tendrá todas las prerrogativas legítimas que puedan impulsar su empresa, como las necesarias para efectuar operaciones de banca, o industriales o comerciales, o de inmigración, con el fin de que el valor de sus tierras se aumente; o para construir líneas telegráficas, o laborear o arrendar minas, etc., etc.
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VENTAJAS Y DESVENTAJAS DEL PROYECTO


Parece suficiente lo dicho para que la generalidad de los lectores haya formado juicio acerca de la naturaleza de la empresa propuesta; y para que el capitalista se haya convencido de que las ventajas que esta ruta posee 'sobre cualquiera otra deben, al fin y al cabo, traspasar a la nueva ruta una gran porción del tráfico interoceánico. Las desventajas de la línea pueden resumirse en dos palabras: su largo y las alturas que hay que vencer. Fuera de éstas, es imposible encontrar una objeción de peso en contra de la ruta; e imposible evitar la convicción de que, por el contrario, es favorable. en extremo. Las posibles consecuencias de la extensión y de las alturas que hay que alcanzar y de las que hay, luego, que descender, son de tres clases.

La República de Costa Rica no tiene deuda pública alguna, exterior ni interior. Se distingue entre los Estados de la América Central por la pureza con que son administradas sus finanzas; y aunque gasta anualmente sumas liberales en fines educacionales y en la construcción de caminos, goza, hace años, de un superávit anual.

1°-Aumento en el costo de construcción.
2°-Mayor tiempo requerido para el tránsito.
3°-Mayor costo de los fletes y pasajes.

El costo de construcción será, en verdad, mayor que el del ferrocarril de Panamá, pero de ningún modo en proporción a su mayor extensión. El ferrocarril de Panamá costó ocho millones de dólares; el de Costa Rica, de ciento treinta y tres millas, ha sido estimado en doce millones de dólares, y la estimación ha sido sometida al examen de contratistas americanos e ingleses, del ramo de ferrocarriles, y ha merecido su aprobación. La gran diferencia en favor de Costa Rica, obedece a varias circunstancias. Los enormes gastos soportados en Panamá, a causa de la transportación de trabajadores, animales, alimentos para unos y para otros, y materiales de construcción de toda clase, se evitarán del todo en Costa Rica. No hay allí terribles pantanos que atravesar, una milla tras otra, sobre andamios asegurados en pilotes; tampoco malaria, que mate a la gente, por cientos; y no hay, de todos modos, sino una parte corta de línea que construir en clima tropical. Los trabajadores pueden saltar a tierra en un sitio de poblar despejado, con edificios listos para recibirlos y con abundantes provisiones de legumbres y alimentos frescos. Peonaje y materiales de construcción de todas clases; los hay de sobra y baratos; y su transporte, de uno a otro punto de la línea, será fácil y barato, porque se aprovechará el actual camino. De modo que, no obstante las diversas dificultades que indudablemente habrá que vencer en Costa Rica, no obstante los fuertes declives del camino, su construcción saldrá más barata, por cada milla, que en Panamá, aunque por razón de la mayor distancia se necesite en conjunto la inversión de un mayor capital. La dificultad de levantarlo se allanará en mucho en virtud de que el Gobierno de la República garantiza el siete por ciento de interés, y también, por razón del actual valor, en efectivo, que tienen las tierras traspasadas a la Compañía. A este respecto hay que advertir que a medida que pase el tiempo, esas tierras aumentarán considerablemente de valor. El valor substancial de ellasno puede ponerse en duda después de que se haya leído el verídico esbozo, hecho atrás, sobre el clima, suelo y condiciones de aquella pequeña y próspera República. Los costarricenses mismos tomarían sin duda, grandes cantidades de acciones en pago de las cosas que vendieran a la Compañía. Cinco millones de dólares, y no más, habría que conseguir, en dinero efectivo, en los Estados Unidos, para llevar a término la construcción total de la línea.

Eso del mayor tiempo requerido para hacer el tránsito, por esta ruta que es más larga, es en realidad cosa de apariencia; pero aunque hubiera de gastarse más tiempo del que en verdad se gaste, la diferencia estaría más que compensada con el gran ahorro de tiempo en los puertos. En ambas costas, los más grandes vapores harían el desembarque de pasajeros y carga, en los muelles propios de la Compañía, donde se tomarían los carros de la misma, sin trasbordo y sin que haya que esperar la llegada de la marea creciente. En realidad, a pesar del mayor número de millas por recorrer, la diferencia de tiempo estaría en favor de Costa Rica, por la razón antes dicha. Pero la ruta, en otro sentido, es positivamente más corta. Una simple mirada al mapa mostrará el ahorro considerable de tiempo en el caso de viaje a Nueva York, a California y otros puntos del Norte, sin una pérdida correspondiente si el viaje es a lugares que se hallen más hacia el Sur.

Las mismas advertencias se aplican con igual fuerza a la cuestión-del mayor costo de trasporte sobre una línea más larga, lo que, por supuesto, afecta el punto de provechos. Hay razón para afirmar. positivamente que la economía de gastos, por cuanto no existe trasbordo de pasajeros y carga, como es eso siempre necesario en Panamá, es próximamente igual al gasto adicional de la conducción de aquéllos y ésta, setenta y cinco millas más, por el mismo tren. El punto de provechos, en general, está por completo en favor de la ruta de Costa Rica. Está fuera de discusión que el nuevo camino, aún costando dos veces lo que el de Panamá y con la mitad del tráfico de aquél, todavía sería una empresa lucrativa. Pero no puede haber duda acerca de que el camino, a través de Costa Rica, absorberá una gran parte de los negocios que añora se reparten las rutas de Panamá y Nicaragua. Por razón de ser los puertos mejores y más seguros; el clima, sano; deliciosos, los paisajes, que darán alegría a los pasajeros; y por el hecho importante de que no hay trasbordo ni que esperar marea favorable, habrá de verse favorecida esta línea con una gran parte del tráfico de pasajeros; y, en términos iguales, no es dable que no logre, también; su buena porción del tráfico de carga. En estos respectos, citando menos, estará en el mismo pie que la de Panamá. Pero tiene una importante ventaja sobre la de Panamá y Nicaragua y todas las demás rutas: el tráfico local y los negocios de exportación e importación de Costa Rica misma. Las de Nicaragua y Panamá no cuentan en absoluto con tráfico local, mientras que en Costa Rica se estima, con fundamento, que el tráfico local producirá más que el interoceánico, y por sí solo dará al ferrocarril con qué pagar un dividendo de cinco por ciento sobre su costo.

Las estimaciones de costo y entradas, que vienen en seguida, se han calculado cuidadosamente. Las de costo han sido sometidas al juicio de firmas prominentes, que son contratistas en esta clase de obras, y han sido aprobadas por ellas. Las de entradas se basan sobre el tráfico local actualmente existente, y sobre la parte de tráfico interoceánico que probablemente tocará al nuevo ferrocarril. El costo y los gastos se han calculado liberalmente; mientras que, en cuanto al tráfico que se espera, se ha tenido en cuenta el aspecto menos favorable.
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Estimación de las Entradas


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